Arturo Pérez Reverte no pudo callar ante la intervención de Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados. No tanto por aquello que decía, a lo que estamos acostumbrados por otras voces de su partido, sino por cómo lo decía y la condición que se arrogaba. Eso mismo nos pasó a muchos ciudadanos, pero nadie como el escritor para liar en twitter un debate exprés en el que afeó displicente las carencias del político.

Que es tonto, en el sentido de esas personas que aún con conocimientos adquiridos son incapaces de pilotarlos hacia el exterior, es lo que vino elípticamente a señalar el escritor al referirse al diputado republicano. Se lo espetó sin que pudiera sentirse aludido –“me disgustan la zafiedad, la incoherencia, la mala sintaxis y la demagogia”, escribió–, y el discípulo de Joan Tardà hizo ver que la cosa no iba con él (“A mí tampoco me gusta nada que en un Parlamento se siente Gómez de la Serna”).

Rufián evoca sus antepasados no por sus méritos o por sentimiento, lo hace por su origen. Eso lo hace útil para quienes subrayan la pureza de pasado

El diputado de ERC se confesó charnego. Vive evocando a sus antepasados no por sus méritos o nobles sentimientos –algo que es común y respetable–, lo hace por su origen. Que descienda de andaluces y haya transmutado en un belicoso independentista le convierte en un catalán útil para aquellos que viven subrayando la pureza de su origen catalán, en la raíz genética de sus antepasados, en la estúpida creencia de que existen líneas genealógicas privilegiadas. Vamos, aquellos nacionalistas catalanes más radicales, furibundos y aldeanos. Los catalanes que Xabier Arzalluz llamaría del RH.

El charnego Rufián no es un charnego cualquiera. Su figura es la de un charnego útil a la causa secesionista. Hubo otros antes, Justo Molinero podría entrenarlos en una selección charneguil. Rufián ha conseguido un empleo remunerado que jamás había tenido antes en el sector privado y Molinero logró un negocio de radio y televisión a cambio de pasear a Jordi Pujol por sus ondas en un mix de garrulismo y folclore útil cuando habían elecciones.

En el área metropolitana hay mucho charnego útil. El que fuera presidente de la Generalitat José Montilla lo fue. Él ha sido el máximo representante del charnepower, como se dio en llamar el espejismo vivido en la comunidad y que hizo creer a algunos que se había recuperado la normalidad porque un gobernante no catalán de nacimiento ocupara su gobernación. Sólo Marta Ferrusola sabía que eso no era más que un atraco temporal a los derechos naturales. Miren el recuento que hizo Carles Enric en este mismo medio.

Defienden una nación uniformizada, homogenea en la visión del país, casi de su alma

Los charnegos útiles se hacen perdonar sus orígenes, lengua, costumbres y formas de vida como si la nueva Catalunya prometida fuera una unidad de destino en lo universal. Esa nación uniformizada que defienden, con la historia convenientemente reparada, los medios de comunicación sin licencia crítica y un buen corpus funcionarial aleccionado gracias a una enseñanza homogeneizadora no entiende más que un país dibujado en las mentes retorcidas de intelectuales y periodistas al servicio de la causa y de los que la Administración hace tiempo que conoce sus cuentas corrientes para que no falte de ná.

El discurso de Rufián en Madrid sobre el charnego mata esa condición de golpe. Los verdaderos no quieren sentirse como él. No se acepta esa Cataluña inventada del buenismo multicultural que arrincona a quienes no aceptan la integración en las tesis nacionalistas, de la existencia, el club de fútbol, el alma única. Se acabó promover el mestizaje, verdadera lectura de siglos en estas tierras, para dar paso a la homogeneización nacional. ¿Quién quiere ser charnego al ver como un personaje barroco y fatuo como Rufián asume esa característica como propia?

No, senyor Rufián, vostè no és un xarnego; vostè, malauradament, és una altra cosa.