Este domingo, finalmente, los catalanes vamos a las urnas. Hace un año que se empezaron a plantear unos comicios que, por primera vez, en lugar de ser convocados por un president de la Generalitat lo ha hecho un vicepresidente tras la disolución automática del Parlament, un camino cuya legalidad estaba al límite. Otra de las consecuencias de un procés que agoniza (pero que no está muerto) y que después de este domingo veremos qué dirección toma.

Si en los últimos años realizar cualquier tipo de pronóstico ha sido osado, el resultado de este 14F es, directamente, impredecible. La clave de los resultados recaerá en gran medida en la abstención, y ha habido demasiados actores que han empujado para que los catalanes se queden en casa este domingo.

De entrada, los indicadores epidemiológicos desde Navidad han sido malos, aunque en los últimos días dan lugar a cierto optimismo. Empezamos a pasar página a la tercera ola del coronavirus después de unas fiestas con una apertura quizá demasiado alegre. Nadie tuvo la valentía política de frenar los encuentros sociales, el verdadero punto de contagio (seamos claros, el número de infectados en una tienda o comercio es irrisorio) y ya se sabía lo que vendría después.

Falló de nuevo la gestión del Govern, empeñado en demostrar que siempre se pueden hacer peor las cosas. Cabe recordar que la suspensión de los comicios, en lugar del aplazamiento pactado, y la falta de argumentos legales de peso que sirvieran para argumentar que era necesario esperar, llevaron a que ese decreto se anulase y prevaleciera la convocatoria anterior. Es decir, la que nos lleva hoy a votar.

Esto sí da alas a un independentismo cada vez más prisionero de sus gestos. Desde el que llevó a no investir a otro presidente después de Quim Torra (tampoco había un acuerdo entre las formaciones, no lo olvidemos) a los que han marcado una campaña electoral cuya promesa máxima ha sido la firma de un documento para extender un cordón sanitario al PSC.

En el terreno de los gestos, el decano es JxCat. La formación que presenta a una Laura Borràs que es pasto de la inhabilitación por, presuntamente, trocear contratos públicos y otorgarlos a dedo, y que pasará a estar liderado por un Joan Canadell que ha usado la Cámara de Comercio de Barcelona como trampolín político. Lo que indican los últimos sondeos es que esta formación lo tiene todo de cara para volver a superar a ERC.

Cuando se convocaron las elecciones parecía bastante claro que los republicanos lo tenían todo a su favor para que Pere Aragonès se convirtiese, esta vez sí, en el nuevo presidente de la Generalitat. Pero, por enésima ocasión, todo indica que JxCat les ha comido la tostada. Con una campaña gris y una lista electoral que podría haber elaborado su peor enemigo, la oferta que presentan para los próximos años en Cataluña es la de “más de lo mismo”. Saben que son claves para marcar un nuevo camino y son conscientes de que la lista de desplantes y deslealtades de JxCat es demasiado larga, pero son prisioneros de sus compañeros de viaje independentistas.

El efecto Illa se ha disuelto en parte por una campaña centrada de forma exclusiva en reconstruir puentes en Cataluña. Todo ello con la filtración de la negativa a realizarse un test de antígenos y todas sus derivadas, como las insinuaciones de que se había vacunado antes de tiempo y la prueba fake de que era positivo en Covid. El PSC disputa la primera plaza de las elecciones al secesionismo pero, de nuevo, todo estará en manos de la abstención.

La pandemia no está tan desatada en Cataluña como para confinarse, como se llegó a insinuar --el departamento de Salud no ha cesado en lanzar mensajes en este sentido, aunque en los últimos días ha rectificado--, pero la mala previsión meteorológica para este domingo puede contribuir a la abstención. Justo lo que no tendría que pasar: la gente debe ir a votar.