En la excepcionalidad política catalana todo resulta posible. Por ejemplo, que Miquel Iceta sea el nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña si se confirman en las urnas lo que señalan algunas encuestas sobre los crecimientos de intención de voto a su lista transversal del PSC y a la de Ciudadanos. Con el apoyo del PP y algún acuerdo puntual para aprobar presupuestos y otras cuestiones de importancia con Catalunya en Comú, la posibilidad no es remota. Insisto, estamos ante una situación insospechada, cuyas soluciones pasan por fórmulas también innovadoras.

Si los independentistas no suman escaños suficientes para formar un gobierno (y ahora no es quimérico en tanto que van separados y será más difícil que ERC, Junts per Catalunya y la CUP pacten políticas que no sean soberanistas) todo cabe en el nuevo escenario.

Sería necesario que Inés Arrimadas admitiera ser vicepresidenta de ese Govern y que su partido tuviera amplia representación, aunque obtenga más votos y escaños. Con Iceta y algunos diputados socialistas se podría definir un nuevo Ejecutivo catalán en el que participaran independientes con voluntad de darle la vuelta a la comunidad. Eso podría formar parte de un pacto entre Albert Rivera y Mariano Rajoy por el que el líder de Cs fuera designado vicepresidente del Gobierno de España y algunos ministerios recayeran en su partido antes de acabar la presente legislatura como una vía para regenerar la situación política española.

Si tras el 21D los independentistas no suman escaños suficientes para formar un gobierno, la posibilidad de que Iceta sea presidente de la Generalitat no es tan remota como pudiera parecer

Si eso es así, algún día deberían explicarnos qué hablaron Pedro Sánchez, el líder del PSOE, y Rajoy el día que ambos acordaron cerrar filas en torno a la aplicación y apoyo conjunto a la implementación del artículo 155 de la Constitución a la Generalitat de Cataluña. Quizá pudo haber un compromiso de que, de existir posibilidades, hasta el PP apoyara a Iceta como nuevo presidente catalán no independentista. Con recursos, pongamos por caso, para restablecer la sanidad y la educación catalana a cotas de inversión y gasto anteriores a la crisis. Para, en definitiva, demostrar a la ciudadanía catalana que los servicios públicos y las infraestructuras pueden funcionar mejor sin esperar a la Arcadia feliz prometida por los secesionistas encarcelados o huidos de la justicia.

No poseo ningún dato que certifique este escenario tan alambicado y propicio para las carambolas, pero el sentido común y el olfato pueden dibujarnos, con meridiana precisión, un decorado como el que se ha dibujado aquí. La crisis política catalana se diluiría y llevaría unos años al independentismo exaltado a la oposición, con lo que el uso de recursos públicos dejaría de ser el carburante del que se nutre de forma permanente.

En España se respiraría un aire de tranquilidad con respecto al debate territorial que permitiera, con la lentitud de todas las democracias avanzadas, iniciar los trabajos para preparar una reforma constitucional y una actualización de la organización de las diferentes administraciones. La entrada de Cs en el Gobierno español daría una nueva pátina reformista a un PP enfermo de sus corruptelas pasadas, que aún aplastan a sus dirigentes como una losa pesada, incluso aquellos que ni por edad pudieron participar en ellas.

Llámenlo política ficción, pero de ese género veremos mucho a partir del 21D.