Canta el grupo gallego Novedades Carminha:

“No sé qué es lo que está pasando
Últimamente estás extraña
Ya no me miras a los ojos
Solo te importa la unidad de España”.

Para echar unas risas. También para ponerle banda sonora a una moción de censura manicomial, con un candidato, Ramón Tamames, que no quiere ser presidente pues solo vino a hablar de su libro, y un partido, Vox, que ha fracasado estrepitosamente en su intento de mirar a los ojos de los españoles para convencerles de que son la alternativa al Gobierno de Pedro Sánchez.

La doble sesión de absurdidad y esperpento que se ha vivido en el Congreso de los Diputados no solo ha supuesto una pérdida de tiempo, pues se sabía que el intento de destituir a la coalición progresista no iba a prosperar, sino que ha evidenciado las obsesiones, la irrelevancia y el principio del fin de la ultraderecha española. Si pretendían ahondar en las diferencias internas del Ejecutivo de Sánchez, no lo lograron. Si pretendían utilizar el conflicto catalán como arma arrojadiza, ni lo intentaron. Porque el procés, este es el mensaje subliminal que ha lanzado Santiago Abascal, ha muerto. Y con él, algunas obsesiones como la unidad de España.

De hecho, tanto las encuestas del CIS como las que elabora la Generalitat indican que la preocupación por el encaje de Cataluña en España ha bajado, mientras que cuestiones como la inseguridad o la economía aumentan. Vox, eso sí, ha colocado la delincuencia como uno de sus ejes programáticos, pero la relaciona con la inmigración, las paguitas y la baja natalidad autóctona. Un discurso tan zafio como su moción de censura, anclada en la deconstrucción del Estado del bienestar. Un discurso negacionista en todo lo que se refiere a los avances sociales, al tiempo que el candidato elegido por Vox se dedicaba a blanquear el franquismo y ponía a la misma altura a los golpistas del 18 de julio con el frente republicano.

¿Era necesario hablar del pasado y de esa forma tan ultramontana para referirse al futuro? ¿Qué aporta un partido predemocrático partidario del liberalismo salvaje, que tiene como referentes a los regímenes de Hungría, Polonia e Italia? Solo populismo, demagogia y retroceso. Eso ya lo hemos vivido en Cataluña durante 10 años y, afortunadamente, estamos saliendo de ese laberinto procesista, que algunos partidos como Vox intentan perpetuar. Pero las encuestas de intención de voto de cara a las elecciones municipales indican que el partido de Abascal queda fuera de los principales ayuntamientos. Incluso de aquellos donde Plataforma per Catalunya, embrión de Vox, tuvo algún día representación.

Por mucho voto de castigo que haya nutrido a la ultraderecha en la comunidad catalana, lo cierto es que, parafraseando el mensaje de Arias Navarro en el que anunciaba la muerte de Franco, todo apunta a que en los próximos meses se podrá proclamar que “catalanes… Vox ha muerto”. ¿Se podrá dirigir el mismo mensaje a todos los españoles?

Veremos qué ocurre en las elecciones generales, pero aquí va a ser decisivo el papel del PP, que no termina de soltar lastre de la ultraderecha. Lo hemos visto precisamente en esta moción de censura, que los populares han aprovechado para arremeter contra Pedro Sánchez, dando legitimidad a Vox con su abstención. Y es una pena, porque la formación de Alberto Núñez Feijóo puede servir de dique de contención de una ultraderecha faltona y extremista, que sobrevive a base de discursos vacíos de contenido. Lo que menos necesita España en estos momentos es una derecha acomplejada carente de lealtad institucional. La labor de oposición del PP es necesaria y sus propuestas, absolutamente legítimas, siempre y cuando sean constructivas. Como lo han sido en el pasado.