Fue Josep Tarradellas el que popularizó aquella frase que recordaba que lo único que debía evitarse en la política era hacer el ridículo. El presidente de la Generalitat reestablecida sabía lo que decía porque desde entonces hasta hoy sus sucesores parecen de acuerdo en competir por ver quién es y hace más el ridículo. De Jordi Pujol y de Artur Mas no merece la pena hablar a estas alturas porque sus mandatos están amortizados y la historia los situará en la papelera o el contenedor de basuras que considere más apropiado. Lo de Carles Puigdemont es, sin embargo, otra cosa.

Después de todos los fuegos artificiales quemados durante casi dos años de gobernación de Junts pel Sí, presentarse ante los catalanes para decir que existe un mandato popular de independencia, pero que se suspende la constitución de un Estado mientras se inicia una negociación no se sabe con quién es una especie de trilerismo político que más que ridículo supone un coitus interruptus de muchos catalanes que se creyeron la fabulación nacionalista. Quien sostenga que lo de ayer fue una declaración formal de independencia volverá a morder el anzuelo nacionalista que ha tenido colgados de la caña a muchos ciudadanos y al propio Gobierno español. Y seguirá perdiendo el tiempo, por supuesto. Aunque, dicho sea de paso, un grupo empresarial del tamaño de Planeta fue raudo a largarse de Barcelona.

Quien sostenga que lo de ayer fue una declaración formal de independencia volverá a morder el anzuelo nacionalista que ha tenido colgados de la caña a muchos ciudadanos y al propio Gobierno español

Viene la frustración de la CUP, los que se cargaron en su día a Mas y ahora pueden acelerar una crisis del actual gobierno y la precipitación de las elecciones autonómicas. Pensaban ellos que los antiguos convergentes y los republicanos darían cumplimiento al desiderátum que juntos edificaron. Cumplo y miento, juntos, dan lugar a cumplimiento, pero por separado son dos vocablos deleznables en el ejercicio de la política.

¿Con quién dialogará ahora Puigdemont y su Gobierno? ¿De qué? ¿Cómo apaciguará la sensación de derrota de los que ha movilizado y llevado a una arriesgada fanatización? ¿Controlará un eventual sucedáneo de kale borroka que promueva la CUP? El presidente de la Generalitat actual no durará mucho tiempo con ese honor, y una parte del tiempo que le queda en el cargo deberá dedicarlo a preparar con sus abogados la defensa jurídica en los procesos judiciales en los que se verá inmerso por los incumplimientos legales que ha protagonizado. ¿Cómo responderá el nacionalismo al gentío que se dio cita el domingo en las calles de Barcelona? Ninguna de esas cosas las vivirá Puigdemont, que según dijo se iría pronto, y que de proseguir puede verse inhabilitado o preso, según sean de benevolentes los jueces que le toquen en suerte.

García Albiol calificó este tiempo de periodo negro. Y tenía razón el dirigente del PP. Por más que se vista de revolución de las sonrisas, lo acontecido en Cataluña en estos últimos años pasará a la historia como una etapa convulsa e ineficaz para sus ciudadanos. Una revolución de funcionarios, pijos urbanos e ilustrados rurales que han llevado al conjunto de la ciudadanía, por la vía de la demagogia, el populismo y la manipulación, a una situación de máxima confrontación, división y fractura. Miren con atención a Jordi Cuixart (Òmnium) y a Jordi Sànchez (ANC) y vean el odio soterrado que esconden sus miradas, el supremacismo congénito que se percibe. Quienes se nieguen a admitir ese estado de cosas o no conocen el país o, sencillamente, viven en una realidad paralela. Y sí, Puigdemont, Mas y Oriol Junqueras son, no los únicos, pero sí los principales responsables de lo acontecido; el terceto son los que han hecho el gran ridículo en política y deben alejarse el máximo posible de ella.

La desobediencia y desafío al ordenamiento legal común que hemos sufrido en estos últimos meses sólo pueden resolverse con una convocatoria inmediata de elecciones autonómicas. Ya verán que eso no sucede, porque todos ellos quieren seguir con el coche oficial, el chófer, el salario público y las prebendas de gobernante. Si ponen su nombre en una lista y en una papeleta, de esas que tanto presumen y han aprendido, igual pueden hallar una sorpresa electoral fruto del hartazgo. Así que el diálogo que promete Puigdemont no es más que una forma torticera y chabacana de ganar tiempo.

El diálogo que promete Puigdemont no es más que una forma torticera y chabacana de ganar tiempo

Con independencia del alejamiento temporal de la independencia, tomen nota aquellos que deben hacerlo: la siguiente intentona del nacionalismo catalán puede acabar fructificando. En unos años será incontestable. La renuncia del Estado en Cataluña, el mínimo interés del PP en sumar votos en la comunidad, el centralismo español que tan invasivo resulta cuando no tiene respuesta y el nacimiento de nuevos nacionalismos excluyentes y populistas pueden resquebrajar cualquier edificio de convivencia y progreso si se lo proponen y disponen de una plataforma institucional con la que distribuir recursos públicos y comunicar sus mensajes.

Esto se ha apagado, pero las brasas están encendidas. Lo único vivo de verdad es el ridículo.