La diplomacia es un arte mayor de gran complejidad. Cultivar unas buenas relaciones es para muchos un objetivo de vida, reto que no se debería confundir con los que intentan no mojarse ni bajo la ducha por lo que pudiera pasar. El acuerdo alcanzado entre el presidente del Gremi d’Hotels de Barcelona, Jordi Clos, con la segunda teniente de alcalde de Barcelona, Janet Sanz, respecto a la paz hotelera en la ciudad hasta las próximas elecciones se debe celebrar.

Desde el sector remarcan que el pacto es parcial y que los establecimientos que requieren un lavado de cara tras los largos cierres por la pandemia no las tienen todas consigo de que podrán acometer las inversiones sin problemas. Especialmente si estos proyectos contemplan ganar habitaciones. Con todo, implica que los comunes de Ada Colau se acercan un poco a la Barcelona económica y empresarial tras más de un mandato y medio de enfrentamientos.

Nada ha cambiado en el fondo, ya que los postulados políticos se mantienen intactos como es lógico. Aunque estos se basen en una visión distorsionada de lo que es el empresariado de la ciudad, incluso se podría decir un tanto anacrónico entre algunas de las familias de la formación que va de la mano de Podemos en Cataluña. Sí que las formas son distintas, y lo que antes era un no frontal ahora es un vamos a entendernos. Aunque este postulado tenga un objetivo puramente electoral, ya que la vida útil del pacto decae en la primavera de 2023. Cabe saber si este viraje, aunque sea con las urnas en mente, se llevará a otros territorios.

Si se habla de diplomacia, una de las instituciones decanas en este sentido es el Círculo de Economía de Barcelona. También está sumido en su particular tormenta, la que se ha abierto ante la posibilidad de que se celebren elecciones en el lobi económico y empresarial catalán para renovar su junta directiva el próximo verano.

Para que nos entendamos, el rito que siguen para elegir líder es casi análogo al cónclave del Colegio Cardenalicio. Se inicia con un encuentro entre el presidente y los expresidentes (porque, sí, hasta la fecha todos han sido hombres) donde se suele ratificar el nombre de consenso que dirigirá este espacio de reflexión y debate durante tres años. Esta reunión, una comida, tendrá lugar mañana y se llega a ella con dos candidaturas con posibilidades.

Es la primera vez en la institución en la que se da este escenario, lo que ha provocado un seísmo interno en el que hay opiniones de todo tipo y en el que el aún presidente (se le acaba el mandato en julio), Javier Faus, ya ha avanzado que nadie se debe rasgar las vestiduras por lo que pueda pasar. De hecho, ha hablado de la “normalidad democrática” que representaría celebrar unas elecciones en la institución en pleno siglo XXI.

El problema de fondo es que votar implica elegir, debatir, comparar y decidir entre, como mínimo, dos propuestas. Y en un momento en el que la extrema confusión en la que estamos sumidos nos lleva a confundir diplomacia con ponerse de perfil, se pueden llegar a dar situaciones traumáticas. ¿No será que, en el fondo, lo que ocurre es que da demasiada pereza mojarse?