Escribo en primera persona esta historia: Josep Maria Bartomeu me confesó, en privado, que no era independentista. Lo revelo porque es importante saber que el exitoso empresario que lidera el Fútbol Club Barcelona forma parte de la mayoría social que todavía mantiene una cierta cordura en Cataluña.

Bartu ha jugado desde la presidencia de la entidad a lo que los convergentes llamaban la puta i la Ramoneta. Es decir, a nadar y guardar la ropa. Con una masa social dividida, el líder blaugrana tiene demoscópicamente estudiado que los socios que votan sí que son de una forma más o menos mayoritaria partidarios de la independencia.

Aunque Bartu está en su último mandato, y por tanto podría descansar tranquilo hasta su final, el temor a una moción de censura promovida por algunos independentistas, como Joan Laporta, Xavier Sala-i-Martín y otros obcecados como el pagano del diario Ara y residente en Dubái, Víctor Font, le ha llevado a mantenerse en un equilibrio difícil y que descontenta por igual a unos y a otros. Pero su equidistancia siempre ha tenido un sesgo nacionalista que ha apartado al club de foros y simpatías más generales y menos sectarias que siempre le fueron próximas.

A Bartu y sus asesores eso les da igual. Dicen que ya demostraron suficiente cuando el 1-O decidieron celebrar el partido a puerta cerrada, lo que motivó la salida del miembro de la junta directiva más soberanista de todos, el imputado empresario Carles Vilarrubí, esposo de la presidenta y primera accionista de Coca-Cola European Partners.

Vilarrubí, el hombre que ejercía como nexo entre la directiva culé y el Palau de la Generalitat, salió del club al no poder imponer su criterio de suspender el partido y, dicho sea de paso, porque a su santa ya no le gustaba desde hacía tiempo que estuviera expuesto en lo futbolístico mientras la Audiencia Nacional le mantiene como investigado por el caso Pujol. Además, el independentismo no le sacó un euro a la entidad, cosa en la que también fracasó el conseguidor Vilarrubí.

Bien, Bartu toreó ese miura, pero en su bondad personal mantiene un problema de falta de contundencia, de excesivo temor. El presidente del Barça es mucho más poderoso de lo que Bartomeu supone. Y debería imponer esa condición sin necesidad de dar explicaciones a nadie. Primero, despolitizando el club. Luego, evitando errores como el de la últimas horas. ¿Qué necesidad institucional tiene el Barça de felicitar al nuevo presidente supremacista de la Generalitat y desearle éxitos? No es necesario que haga lo contrario, pero con cerrar la boca y quedarse silenciosamente en la retaguardia es suficiente cortesía. Y si algún pesado pregunta basta con responder que el FC Barcelona no interfiere ni participa de la política. Lástima que el exceso de asesores y soplaorejas que condicionan en exceso no siempre es una buena opción para grandes figuras. Y Bartu lo es.