De pleno ya en la campaña de las elecciones municipales y europeas, Barcelona se juega en este asalto más que el resto. La ciudad no sólo decide quién será su alcalde, sino qué quiere ser de mayor. En unos días Crónica Global dará a conocer los resultados de una gran encuesta que elaboramos sobre cuáles son las preferencias de voto de los barceloneses a pocos días de ejercer el sufragio. Veremos cuánto sigue progresando Ernest Maragall o si se disuelven sus expectativas; también se conocerá si el proyecto socialista de Jaume Collboni aprovecha la ola general española del PSOE en clave local; y, no menos importante, hasta dónde será influyente la plataforma de Manuel Valls, sobre la que la demoscopia presenta mayores dudas; el último de los datos determinante será cuánto cae Ada Colau. La alcaldesa parte desde el gobierno, lo usa a su favor, pero hay coincidencia en que sus votantes de 2016 no repetirán en similar proporción.

Lo que es obvio es que los resultados que se atisban impedirán la gobernanza de Barcelona con un único partido. El pacto será inevitable para garantizar una mínima estabilidad. Y aquí empieza el baile, una suerte de sevillanas en las que los candidatos se desafían unos a otros sin aclarar del todo sus preferencias. Algunos, incluso, las mantienen ocultas y solo las harán visibles en el momento final. La discusión cruzada entre izquierda y derecha o independentismo versus constitucionalismo hace difícil que nadie confiese con claridad si el día después de las elecciones se encamará con algún adversario.

Maragall, Colau, Collboni y Valls estarán influenciados por los resultados de las europeas y, no menos, por la necesidad de acuerdos que también afecten a otras autonomías, ayuntamientos relevantes y, según cómo, hasta la gobernabilidad de España y sus instituciones. Por tanto, Barcelona como ciudad quedará en un segundo plano de debate. Los posibles pactos que se hagan tras las elecciones del 26M no tendrán en cuenta cómo impulsar la capital catalana en su encaje mediterráneo, en su especialización económica o en su morfología social. Los partidos llegarán a acuerdos por la necesidad de acordar un reparto clásico de poder: tú me apoyas aquí y yo te doy respaldo allá.

ERC tiene la oportunidad ansiada de sustituir la antigua CiU del poder municipal catalán. El casi millar de alcaldías en juego más las diputaciones provinciales y los consejos comarcales son la mochila para el viaje hacia el pragmatismo nacionalista y un enorme saco de financiación de cuadros y acciones políticas. Los municipios pequeños pueden cambiar de manos entre independentistas y Barcelona es un emblema que los republicanos intentarán alcanzar con cualquier geometría. Si no suman con sus aliados independentistas de la Generalitat pueden hacerlo con Colau o, llegado el caso, incluso con Collboni.

A los socialistas les pasa algo similar. Su poder municipal, sobre todo en el área metropolitana, viene de antiguo y es, a la práctica, una cantera de dirigentes. Ninguna encuesta les sitúa como ganadores en la capital, por lo que su papel se antoja subalterno en términos de gobernabilidad. Cuentan con un candidato firme pese a las críticas que recibe por falta de carisma. Dará la alcaldía a ERC, aunque Collboni se desgañita en anunciar que no habrá pactos con independentistas. Si le dejan pilotar las áreas económicas es muy posible que suceda.

En las últimas horas, incluso, se ha sabido que el ascenso de Miquel Iceta a la presidencia del Senado, que tan mal ha sentado a ERC, podría ser una torna negociadora. Si ERC obstaculiza en el Parlament que Pedro Sánchez se lleve a Iceta a Madrid, el presidente del Gobierno podría forzar a sus compañeros barceloneses a aliarse con Colau al objeto de cortar las alas a los republicanos en el consistorio barcelonés. Collboni fue expulsado del gobierno de coalición con Barcelona en Comú, no tiene un gran aprecio o consideración por la alcaldesa, pero donde hay patrón no manda marinero. Lo niegan desde Barcelona, pero el asunto está sobre la mesa y no sólo como un globo sonda.

Peor lo tendrá Valls. Sólo una victoria por sorpresa de los socialistas puede darle algún papel en la futura Barcelona. Y, como ya ha quedado escrito, será una lástima perder el bagaje, ilusión y potencial del exprimer ministro francés en una ciudad adormecida por Colau. Está por ver si sorprende cosechando una parte del voto indeciso constitucionalista o catalanista no radicalizado. Incluso si recibe un voto prestado útil del PP ante las escasas posibilidades de esa formación para seguir en el ayuntamiento de la Ciudad Condal.

El triste papel de Junts per Catalunya y Elsa Artadi puede consistir en que Maragall no gane las elecciones. Los vasos comunicantes del independentismo pueden moverse y jugarles una mala pasada. En estas elecciones los votos prestados tienen gran importancia y circulación. Entre los discípulos de Puigdemont y la CUP pueden dar lugar a una atomización del voto que cause un triple o casi un cuádruple empate, alejando a ERC de la victoria clara que le auguran algunos sondeos al Tete Maragall.

El contexto de estas elecciones supera con claridad el debate para definir la Barcelona del futuro. Es tan alambicado que aterroriza. Si después de lo acontecido en la Cámara de Comercio, si tras la lección vivida durante cuatro años de alcaldía de Colau y sus populistas y demagogos acompañantes, si detrás de los efectos corrosivos de un procés hacia ninguna parte los barceloneses volvemos a equivocarnos por acción o por omisión nuestra reincidencia no tendrá remedio. Ni las manos en la cabeza, ni siquiera las exclamaciones grandilocuentes servirán para aliviarnos. Si acaso, los pies en polvorosa…