El caso de las participaciones preferentes es quizás el mayor atropello sufrido por los ahorradores españoles en la historia reciente. La banca colocó a su clientela unos activos supuestamente seguros sin informar de lo sustancial: podían transformarse en acciones y a partir de ahí sufrir los riesgos propios de la renta variable. El anzuelo en el que picaron unas 800.000 personas estaba escondido en el cebo de una buena rentabilidad, muy baja para la banca en realidad si la comparamos con el coste del capital, que era en realidad lo que colocaba.

Sin mucho entusiasmo, las autoridades financieras y el Gobierno trataron de poner algo de orden tras una larga cadena de abusos --cláusulas suelo, intereses de demora, condiciones abusivas en la letra pequeña de los contratos hipotecarios-- en la que las preferentes solo era un eslabón más. Así que desde entonces la banca está obligada a comprobar los conocimientos financieros de sus clientes antes de colocarles productos. Vamos, que en teoría no puede engañarles.

Los ahorradores conservadores, que son la mayoría, prefieren los depósitos a los fondos de inversión y no digamos a la bolsa. De hecho, casi el 40% del ahorro financiero de los españoles descansa en depósitos y cuentas corrientes. El largo periodo de bajos tipos de interés ha ayudado a convencer a parte de esa clientela para que asuma un mínimo riesgo y apueste por fórmulas más complejas, en las que los bancos pueden aplicar comisiones.

Pero los problemas de oferta generados por la pandemia, con sus repercusiones sobre la inflación, más los efectos de la invasión de Ucrania en la bolsa y también en los precios han cambiado el escenario. Y eso ha llevado a los bancos a ponerse la venda antes de que la herida empiece a sangrar.

Desde hace unas semanas sus clientes reciben cartas ininteligibles. Tras convencerles para salir del depósito y la cuenta, ahora les hablan de “tasa de relevancia”, “IIC no complejos” y “tolerancia al riesgo”, todo ello para llegar a la conclusión --¡ojo!-- de que si el ahorrador ha cursado estudios universitarios --“excepto STEM”-- tiene capacidad para entender lo que le han vendido.

Puede que ese cliente conservador se lleve una sorpresa. Igual contrató un fondo con el apellido “moderado” y ahora se encuentra con que el banco le atribuye un perfil de riesgo “medio”, lo que equivale “por ejemplo, una pérdida del 5% anual a cambio de una rentabilidad similar en el periodo”. Un galimatías con el que trata de cubrirse la espalda ante presentes y futuros quebrantos en las cuentas del cliente que en poco afectarán a sus ingresos puesto que son porcentuales y se aplican sobre el patrimonio, no sobre los beneficios.

Cuando rinden cuentas a los clientes del resultado de sus inversiones hacen un juego de palabras perverso entre incremento de patrimonio, comisiones, servicios y ganancias hasta el punto de presentar, digamos, un 1,6% como la comisión bancaria aplicada, cuando en realidad la mordida puede suponer casi un 40% de los beneficios brutos obtenidos por el pobre ahorrador. Eso, en el caso de que haya ganado; si pierde, el 1,6% se aplica sobre el patrimonio, o sea que sufre una merma añadida a la caída del mercado.

Han pasado los años, pero los bancos vuelven a las andadas.