La cabra tira al monte y la nueva Convergència no puede evitar sentirse fascinada por el liberalismo de Isabel Díaz Ayuso. Con falso desdén, Junts per Catalunya aseguraba hace unos días que nada se les ha perdido a los catalanes en las elecciones madrileñas. Tras la victoria de la popular, Joan Canadell ha confesado abiertamente su admiración por el nuevo icono de la derecha española, aflorando así el lío ideológico existente en el seno de los neoconvergentes, que este fin de semana celebran cónclave.

Que un empresario considere que la economía no necesita regulación es muy legítimo. Como lo es analizar si la gestión de la pandemia y la fiscalidad que la presidenta madrileña ha impulsado ha sido mejor o peor que la catalana. Pero hay que recordarle a Canadell que su partido ha gobernado Cataluña en los últimos diez años y que algo de responsabilidad tendrá en esas carencias que, en comparación con Ayuso, ve en el Ejecutivo catalán.

El expresidente de la Cámara de Comercio de Barcelona no es un hombre de izquierdas. La desigualdad social se la trae al pairo. Sostiene que el buen catalán debe estar tranquilo ante las cifras del paro, pues los “colonos” españoles son trabajadores "poco cualificados" que no pueden acceder a puestos de trabajo con nivel competencial alto y muy alto. Y que hay que eliminar el impuesto de sucesiones. En realidad, el ideario de Canadell no difiere mucho de quienes, como Vox, hablan de "paguitas" para referirse a las ayudas sociales.

En paralelo, dirigentes de JxCat como Carles Puigdemont o Jordi Sànchez aseguran ser de izquierdas. Y Laura Borràs proclama que es más de izquierdas que Salvador Illa. Lo es tanto que ni ella ni su partido celebraron el Día del Trabajador el pasado 1 de mayo.

Cabe recordar que Canadell y Borràs cuentan con un amplio respaldo de las bases neoconvergentes que el viernes y el sábado se reúnen oficialmente, pues el congreso de JxCat tiene como finalidad principal crear el consell nacional del partido. Y aunque Puigdemont y los suyos llevan años aferrándose a la estrategia identitaria para rechazar el eje izquierda-derecha, tarde o temprano tendrán que definirse. En realidad, ya lo han hecho al criticar los presupuestos de la Generalitat de 2021 pactados por ERC con los comunes porque no representaban su "modelo de país" (sic), o al asegurar (de nuevo Canadell) que en las consejerías sociales de la Generalitat “se gestiona miseria”.

Aunque se resistan a reconocerlo, JxCat han heredado muchas cosas de CDC. Entre ellas, esa indefinición ideológica que le permite convertir la independencia de Cataluña en la cura de todos los males sociales. Cómo se gestionan la sanidad, la educación, la pobreza o las políticas de empleo es un pequeño detalle sin importancia que distrae de lo importante. Puro populismo, en definitiva. Política de brocha gorda basada en el culto a un líder. La nueva política se ha nutrido de esas prácticas --el cesarismo de Albert Rivera e Inés Arrimadas o el poder indiscutible (purga de los disidentes) de Pablo Iglesias--, y así le ha ido a Ciudadanos y Podemos. La diferencia con Ayuso es que la popular ha logrado superar sus propias siglas y lograr el voto de madrileños que posiblemente nunca se habrían planteado votar al PP.

Carles Puigdemont también ha ejercido ese caudillismo. Incluso llegó a situarse por encima de siglas. Sin embargo, tanto en la campaña de las elecciones catalanas como durante la negociaciones entre JxCat y ERC se ha mantenido en un segundo plano para “preservar” su Consejo para la República del mercadeo partidista. "Todo expresidente es como un jarrón chino grande en un apartamento pequeño", decía Felipe González. La mansión de Puigdemont en Waterloo es todo lo contrario a un minipiso y es muy posible que, antes de que los duros de JxCat provoquen un cisma, intervenga. Porque, junto a Canadell y Borràs, existe dentro del partido una vieja Convergència --Elsa Artadi, Damià Calvet...-- que también renunció a la marca CDC para abrazar una pretendida trasversalidad, como se ha visto, imposible.

Sin embargo, el desmarque de las siglas pujolistas es muy tramposo pues, cuando les ha convenido --espacios y subvenciones electorales--, sí que han tirado de la marca primigenia. Pero cuando la justicia amenaza con exigirle responsabilidades económicas por el expolio del Palau de la Música, Junts y PDECat sueltan lastre de la extinta Convergència.