Artur Mas ya se ha explicado sobre la corrupción de su partido (y no ha convencido) en el Parlament. Francesc Homs ya está inhabilitado y, tras las quejas de rigor, dejará de dar la tabarra en el Congreso de los Diputados por haber tensado de manera peligrosa la cuerda de la legalidad hasta los extremos.

Fue el propio Mas quien envió a su antaño escudero a Madrid para tener el campo libre y que dejara de ser un obstáculo en sus pretensiones políticas. Ahora, Homs regresará a Barcelona, de nuevo a la sombra del jefe que lo expatrió.

Con los dos inhabilitados se plantea una duda: ¿quién pagará la multa que ambos deben abonar en virtud de la sentencia? ¿Será la antigua CDC, partido del que fueron casi todo, o el nuevo PDECat, formación nacida para actuar de lejía blanqueadora? ¿Serán ellos (ji, ji, ji...) a título personal?

Mientras esta cuestión se resuelve, la comparecencia del exjefe del Ejecutivo ante la Cámara catalana muestra una imagen cada vez más patética del político pulido y moderno que fue. Se presenta como un líder en su fase final, dando coletazos de gallardía. Preocupado como está por trascender en la historia, su máxima inquietud consiste en evitar que su futura entrada enciclopédica le asigne ser el hombre que acabó con un partido histórico y puso en vía muerta el populismo independentista.

Está claro que tanto Mas como Gabriel están al límite respectivo de su incompetencia. Necesitan descansar. Darse una buena siesta --de oso a ser posible-- les sentará bien

A Mas lo largaron los antisistema de la CUP. Ayer volvieron a decirle que deje el ejercicio político para aquellos que están limpios de corrupción. Fue el diputado Salellas el que le insistió en que ni tan siquiera sirve para comercializar el soberanismo en el plano internacional. Fue, no obstante, el azote de todo diputado que se mueva, la diputada del singular flequillo Anna Gabriel, quien en su día le lanzó a la llamada papelera de la historia. La diputada cupera le puso en su día en la calle, políticamente hablando, y ahora está ofreciendo algunos de los mejores momentos a la Cámara catalana, tan aburrida por el papel que el Gobierno y la oposición, en sentido amplio, ejercen en ella.

En un rifirrafe de pasillo, Gabriel llamó fascista a Joan Coscubiela, parlamentario de Catalunya Sí que es Pot, ex secretario general de CCOO y hombre históricamente vinculado al PSUC, Iniciativa per Catalunya y, en general, los movimientos de izquierda. Nadie puede alegrarse de ese desafortunado incidente, pero estoy seguro de que el jurista Coscu habrá entendido ahora de forma más clara la facilidad con la que los independentistas acusan a sus contrarios con las peores plagas de la historia. No ser próximo a sus tesis llevan a consideraciones tan absurdas democráticamente como la que obsequió Gabriel al antiguo sindicalista.

Está claro que tanto Mas como Gabriel están al límite respectivo de su incompetencia. Necesitan descansar. Darse una buena siesta --de oso a ser posible-- les sentará bien. Está claro que lo suyo acabará en la cama --separados, por supuesto-- pero ambos están muy necesitados de descansar sus respectivos cerebros. El resto volveremos al aburrimiento, pero estaremos menos preocupados por cómo influyen en el futuro del país.