Los Roy son los protagonistas de una serie que emite HBO sobre un ficticio grupo estadounidense de comunicación, un auténtico imperio sumido en el relevo generacional. Succession, el nombre de la producción audiovisual, refleja una familia disfuncional que se debate entre el poder y el dinero para ver cómo da continuidad al gigante construido por el patriarca ya entrado en años.

La sucesión de Inditex ha arrojado ríos de tinta. Que Amancio Ortega, su fundador y alma máter, haya decidido a los 85 años dar el pase de su grupo a su hija Marta ha supuesto una convulsión en el ecosistema empresarial español que no se recordaba desde los tiempos del lío en El Corte Inglés cuando Dimas Gimeno y sus primas se disputaron la autoridad o, en otro caso análogo, cuando el fallecimiento inesperado de Emilio Botín forzó la designación urgente de su hija Ana Patricia al frente de Banco Santander.

Existe quien considera que Pablo Isla, todavía presidente de Inditex, es un ejecutivo joven que había capitaneado el grupo gallego con éxito y que su salida era innecesaria. Lo cierto es que Amancio había empezado a cargar contra el presidente ejecutivo que él designó en círculos próximos, en especial en el festival gastronómico que cada viernes se da en un garito coruñés con sus amigachos. Se desconoce la razón por la que el propietario, directo e indirecto, de un 60% del gigante textil había perdido la confianza en Isla. Algún periodista gallego bien informado lo atribuye a las luchas intestinas entre algunas ramas de la familia Ortega y sus allegados. Otras fuentes se entretienen menos en los motivos y simplemente consideran que el patrón buscaba nuevos horizontes que Isla ya no estaba dispuesto a proporcionarle, atrincherado como estaba en defender al CEO que el propio Isla nombró.

La apuesta de Ortega es arriesgada, en especial para un padre que acaba situando a su hija en el front office de una organización empresarial compleja y tan poliédrica como sometida a escrutinio público. Marta Ortega tiene la edad y la formación para ocuparse del grupo familiar y ahora le conviene desempeñar el reto de recuperar la confianza de los mercados, esos mercados tan hipócritas como cobardes y que en unas horas hicieron perder unos 6.000 millones de euros al valor bursátil de la acción.

La serie Succession guarda algunas concomitancias con lo acontecido en la empresa de Arteixo. Por ejemplo, la disfuncionalidad de la familia. También se parecen mucho algunas luchas intestinas por el poder y la influencia que tienen sobre el grupo los recién llegados a su perímetro. En ambos casos, y ese es el mayor paralelismo, los promotores y patrones de los dos gigantes deciden proceder al relevo de manera tutelada, en vida, con la intención oculta de seguir gobernando en la sombra mientras vivan. Y, muy posiblemente, ahí radique la principal amenaza al reinado de Marta Ortega: que mientras viva su padre siga sobrevolando todas y cada una de las decisiones que adopte a partir de ahora ella o los ejecutivos que le reportan.

A Marta no se la juzga ni por sus capacidades profesionales ni tan siquiera por las decisiones de gestión adoptadas hasta la fecha. A diferencia de mujeres que acumulan poder de verdad (como Ana P. Botín o Sol Daurella, entre otras), a la sucesora de Inditex se la evalúa por recibir un testigo familiar del que los mercados y la envidia nacional dudan que sea merecedora. Nadie pensó lo mismo de Dimas Gimeno, sobrino de Isidoro Álvarez, quien heredó la presidencia de El Corte Inglés nada más fallecer su tío y resultó incapaz de hacerse acreedor del respeto del resto de la familia en términos de liderazgo y capacidad de convicción. Dimas es un hombre y Marta una mujer, condiciones desgraciadamente suficientes para que los entornos traten de manera distinta procesos de sucesión paralelos.

Quizá el patrón Ortega no se haya equivocado. Entre otras cosas, él es amo y señor de su grupo. Aunque cotice en bolsa, don Amancio sólo ha compartido un 40% del capital de la compañía con otros inversores, pero mantiene su control patrimonial indiscutible. La llegada de Ana Patricia a la presidencia del Santander, sin embargo, jamás estuvo justificada por una posición de claro dominio accionarial de su familia. Algo similar pasó hace décadas en el Banco Sabadell y a punto estuvo de repetirse de manera reciente si el BCE no hubiera llamado la atención de su presidente, Josep Oliu.

Es más difícil sostener que el dueño de algo se equivoca al ceder a su descendencia el control. Porque si yerra en términos profesionales, quizá acierta desde la perspectiva patrimonial. Otra cosa son las sucesiones de empresas cotizadas u otras fórmulas en las que la propiedad no está claramente determinada o, por el contrario, está muy compartida. Basta con analizar con detalle cómo las familias vascas propietarias del BBVA perdieron el control patrimonial de la entidad y hoy el grupo financiero vive en una situación de atonía sin rumbo pese a su supuesta profesionalización.

La serie da algunas pistas sobre el maquiavelismo que impregna los grandes imperios de poder y dinero. Ese debate está latente y prudentemente sepultado en el entorno de La Caixa. La llegada de Isidro Fainé a la condición de octogenario el próximo verano tiene disparada toda la rumorología sobre la sucesión (y no me refiero a la especie que dice que Jaume Giró, el consejero de Economía catalán y antiguo empleado del grupo, aspira a presidir la Fundación Bancaria La Caixa), como la inminente jubilación del responsable de Criteria Caixabank, Marcelino Armenter, abre miles de dudas sobre el rumbo que se decidirá para darle continuidad al mayor proyecto industrial y financiero de origen catalán. Y aquí sí que no cabe la solución orteguiana de Inditex. Solo el buen atino de Fainé podrá resolver la cuestión.