No sé si llamarle José María, como al principio, Josep Maria, como se llamó después, o directamente Pepe, que es como le conocen sus próximos y casi todo el sindicalismo. Álvarez ya ha conseguido prejubilarse en la UGT española. A sus 60 años, y tras 20 ejerciendo como líder del sindicato en Cataluña, toma el mando de la organización confederal en sustitución de Cándido Méndez. Será o no un buen dirigente, eso lo dirán los afiliados a la central dentro de un tiempo. Lo que es obvio a estas alturas es que con su currículum no será jamás el secretario general de la regeneración o de la nueva etapa que el sindicato precisa. 

Juan Rosell me pidió hace unos meses que le dejara vivir. Es curioso, nunca me ha pedido eso para él. En una ocasión lo hizo para Enrique Lacalle, sobre quien no hace falta decir más, y en otra para Josep Maria Álvarez. Que todo un presidente de la CEOE, quizá en un cierto abuso de la amistad, reclame a un periodista que trate con más consideración a un sindicalista (entonces sólo líder de la UGT catalana) dice mucho de los apoyos y la fortaleza con la que llega Álvarez a la cúpula del sindicato español fundado en Barcelona en 1888.

Sólo fue necesario leer después un artículo de otro José, en este caso Antich, para saber que lo del ascenso del jubilado de la Maquinista Terrestre y Marítima (luego Alstom) era una cuestión política. Al sindicalista había que agradecerle los servicios prestados al nacionalismo durante sus décadas como agente social. No sólo dejó de ser beligerante con las políticas de CiU, sino que además amamantó a los cachorros que desde ese partido y desde ERC han ido poblando el gobierno actual. Bajo la coartada del discutible derecho a decidir mandó a sus delegados sindicales a las manifestaciones del 11S o a las listas de Junts pel Sí en las últimas elecciones. La prensa del régimen nacional lo ha agradecido con inmediatez.

Álvarez, nacido en Asturias, próximo a la minería, es del mismo sindicato que José Ángel Fernández Villa, aquel dirigente del SOMA-UGT al que se le descubrió una declaración complementaria sobre sus millonarios fondos ocultos a Hacienda fuera de España. El minero rico nunca dio ninguna explicación convincente. De la misma organización que en Andalucía hizo trapacerías con los ERE y los fondos públicos asignados.

Su paisano semicatalán tampoco ha dado jamás explicaciones convincentes sobre el servicio prestado a una causa que nadie es capaz de vincular a su persona o a su ideario anterior. En su sindicato se ha incubado nacionalismo excluyente. Ante España dice lo contrario, que él es una muestra de que la catalanofobia pierde. Un error: él sí que la ha practicado con una parte importante de la sociedad que representaba, y en especial con aquella que pagaba sus cuotas en fábricas, empresas o administraciones. De pasearse por la proximidades del PSC ha pasado a entregarse a los republicanos y a los conservadores convergentes de CDC bajo el pretexto del independentismo más trending. Algunos de sus colaboradores, antaño martillos de herejes de la derecha casposa, se han aliado con ella por el mero hecho de que ahora viaja envuelta en una bandera estelada. 

Mientras, el sindicato reducía personal, pagaba con retraso sus facturas y seguía vivo gracias a las inyecciones de capital de la propia Generalitat gracias a una ley confeccionada a medida de UGT y de Pimec, la ley de representación institucional. Claro, si envían a sus cuadros a reuniones inservibles de teórico diálogo social, eso vale dinero. No se lo cobran suficiente liberándose de sus trabajos en la empresa privada (menos) o la administración (más), es necesario que además perciban fondos públicos procedentes de cualquier vía: sean leyes, recursos para la formación de parados y, en tiempos pretéritos, para la vivienda social.

Y Álvarez, el renovador de la UGT española, ni tan siquiera ha sido capaz de poner orden en el sindicato catalán. Aunque le haya servido, eso sí, para hacerse la campaña electoral a la secretaría general gratuita. Su mayor suerte es que la competencia estuvo floja y para ganar apenas tuvo que apuntarse en una lista colgada de un tablón de anuncios.

Luego nos pedirán que creamos en determinado sindicalismo.