Banderas españolas en muchos balcones, en buena parte de las ciudades españolas. ¿Por qué? ¿Juega la selección de fútbol? ¿Es algún homenaje a Habermas y a su idea del patriotismo constitucional? No, es una reacción de cabreo, de malestar, de muchos ciudadanos que sienten amenazada su idea de país, de lo que ha sido España desde la recuperación de la democracia.

El proceso independentista en Cataluña, al margen de buscar realmente una mejora del autogobierno, con estructuras de Estado que pudieran garantizar --ese era el argumento-- una mejor competitividad de la economía catalana en un mundo globalizado, quería actuar como palanca para que el conjunto de España desarrollara un salto adelante. Con una parálisis política, tras una crisis económica de enorme envergadura, algunos adalides del independentismo consideraban que era una oportunidad para España, para transformarse realmente en un Estado plurinacional, moderno, integrador y ejemplo en Europa y el mundo.

Sin embargo, se ha despertado todo tipo de proyectos en sentido contrario. Lo advirtió en su momento Jordi Pujol, cuando señaló que no era una buena idea reformar el Estatut, que, entre otras cosas, había permitido la normalización de la lengua catalana, con posteriores leyes lingüísticas, dejando una situación privilegiada, aunque los soberanistas digan que la lengua catalana siempre ha estado amenazada.

Con un Estado propio, a Cataluña le sería más difícil mantener la inmersión lingüística

Es importante recordar ahora el libro de un experto, Albert Branchadell, La hipòtesi de la independència (Empúries). Branchadell consideraba que, con un Estado catalán, la inmersión lingüística tendría muchos problemas, porque los que defienden una mayor presencia del castellano en las escuelas podrían alegar la necesaria protección a los derechos de la minoría, y las instancias internacionales se pondrían en guardia. Es cierto que este experto en sociolingüística partió del credo del independentismo en ese momento, en el 2000, de que la lengua oficial en un Estado catalán sería únicamente el catalán. En los últimos años los independentistas han asegurado que no se perdería la condición del castellano como lengua cooficial.

Pero Branchadell quería dejar claro que muchas de las exigencias del nacionalismo catalán podían encontrar acomodo en el actual Estado de las autonomías, y que ir más allá podía ser, en realidad, contraproducente.

Llega el revisionismo, desde la recentralización hasta la exigencia de una doble red escolar en Cataluña

Exactamente eso. Llega el revisionismo. Se han abierto todas las vías para replantear las cosas en Cataluña y en España, desde una recentralización seria y evidente, hasta la exigencia de que el castellano sea vehicular en las escuelas, incluso, garantizando una doble red escolar.

En España, donde los vaivenes han sido constantes, no cuesta mucho que la opinión pública abrace todo tipo de debates. Y no faltarán dirigentes políticos que quieran aprovechar ese caldo de cultivo.

Eso es lo que ha conseguido el proceso soberanista, con una estrategia burda y torpe, sin calcular los costes, sin ver que delante tiene un Estado que ha experimentado una gran transformación y que no está dispuesto ahora a cambiar sus estructuras.

El grueso de los españoles, al margen de los nostálgicos, abraza el Estado autonómico

Esas banderas españolas comienzan a representar un cierto nacionalismo español, un nacionalismo que no existía, que no se había manifestado desde la recuperación de la democracia. Nostálgicos siempre han existido, pero el grueso de la sociedad española ha manifestado su entusiasmo por el Estado de las autonomías, ha valorado todo lo que ha aportado Cataluña. ¿Será ahora diferente?

Sería inteligente que se valorara todo lo conseguido, en todos los órdenes, y apostar, de nuevo, por el reformismo, por la negociación y el acuerdo. En ese caso, se verá que no hay tantas cuestiones que merezcan cambios drásticos. Tanto el conjunto de España como Cataluña necesitan más tiempo para consolidar una historia de éxito.