Uno de los síntomas más evidentes de que el procés ha pasado a mejor vida es que el nacionalismo ha vuelto al viejo victimismo pujolista del agravio permanente.

Poco de lo que ocurre en Cataluña o en el conjunto de España escapa a la posibilidad de convertirse en materia de afrenta para los catalanes. Desde la cerrazón de Javier Lambán, presidente de Aragón, empeñado en que la candidatura de los Juegos Olímpicos de 2030 sea un acontecimiento histórico en su carrera política, a la ley del audiovisual, aún no aprobada, pero cuyo contenido maltrata el catalán y arruina el posible nacimiento de un hub industrial en el país.

Todo vale. El seguimiento a los presuntos cerebros de los disturbios callejeros y sabotajes de infraestructuras; las decisiones judiciales, todas ellas enfocadas a castigar a las gentes que habitan al este del Ebro. La futbolización de la política permite tratar opiniones personales y subjetivas como si fueran hechos sin el menor recato e investir de doctores en historia contemporánea a gentes como el excomisario Villarejo.

El pronunciamiento de la justicia que obliga a la Generalitat a poner fin a la discriminación de uno de los idiomas oficiales es tratado y definido como la “imposición del castellano”. A un accidente de FGC con un muerto y 80 heridos, sazonado por una retahíla de mentiras de la presidenta de la empresa, se le pone sordina, mientras las averías de Cercanías aparecen --merecidamente-- en los discursos de los políticos y los titulares de prensa.

Incluso el crecimiento de Vox, alimentado por el miedo al separatismo, como apunta la evolución de sus resultados electorales, se presenta desde el nacionalismo como una demostración de la inquina que despierta Cataluña en otras regiones.

Ya no hay hoja de ruta para la separación de España, más allá de las fechas-zanahoria que algunos han puesto ante las orejeras de los más exaltados. Han vuelto a los viejos esquemas de llorar por la humillación permanente, el honor herido y el desprecio sufrido.

El cambio puede verse como una buena noticia porque cabe interpretar que el riesgo de otro 2017 se aleja, pero también es cierto que el goteo diario de la ofensa y la humillación es tanto como sembrar odio; no hay otro desenlace más natural del agravio que la venganza. Por eso desconsuela el empeño diario en infundir resentimiento entre los ciudadanos sobre la base de interpretaciones, opiniones y sospechas, en mantener la tensión de la que viven unos cuantos aunque perjudique a la sociedad en su conjunto.