Dicen de él que es amigo de sus amigos. Incluso el propio Enrique Lacalle, político del PP y miembro de la alta sociedad barcelonesa, lo sostiene. En una ocasión, recuerdo, me habló de sus amistades periodísticas. Relaciones a las que ayudó a lograr viviendas en buenas condiciones o los favores que le debían otros notables de la ciudad. No entendía como a mí se me ocurría denunciar algunas de sus correrías con el éxito que podía proporcionar esa hipotética buena relación.

Y debía de ser cierto. Hijo de la burguesía barcelonesa (Hispano Suiza en sangre), Lacalle ha superado todo tipo de azares y gobiernos. Con su carácter afable, igual podía compartir una tertulia de fútbol en televisión como hacer negocios inmobiliarios por toda España y, luego, pasearse con árabes o rusos por el extranjero. Sobrevivió al peligroso Javier de la Rosa, quien le hizo el feo de enseñarle a todo el país que el entonces joven concejal del PP en el Ayuntamiento de Barcelona era un recaudador torpe de su partido y que incluso dejaba huella en forma de cartas delatoras. 

Logró poseer el despacho con más mármol y metros de la ciudad

Su momento más álgido se produjo cuando José María Aznar llegó a la Moncloa en 1996. Investido como delegado especial del Gobierno en el Consorcio de la Zona Franca de Barcelona vivió una etapa dorada en los negocios. De aquella época es el despacho más comentado de toda la ciudad por su ratio de mármol y metros cuadrados. Amante del lujo, Lacalle tenía entonces la conexión política y la económica, un sueño al alcance de muy pocos catalanes. Fue cuando la ciudad maliciosa le apodó Mister 15%, una denominación que reunía una parte de épica y otra de certeza, como casi todos los dimes y diretes referidos a personajes públicos.

El PP permaneció ocho años al frente del país. Cuando perdió las elecciones en 2004 el PSOE le sustituyó por Manel Royes, ex alcalde de Terrassa y hombre que permitió a Lacalle, en una especie de puerta giratoria atascada, permanecer en el Consorcio de la Zona Franca y estimular desde allí sus negocios personales (la organización de las ferias Barcelona Meeting Point y el Salón Internacional de la Logística). Es lo que mejor se le dio, consiguió grandes réditos. De hecho, Juan Rosell, íntimo amigo suyo y hombre fuerte de la patronal, le considera “el único firaire” de Barcelona. En buena medida que el Salón del Automóvil de Barcelona mantenga el pulso vital obedece a sus gestiones a un lado y otro del mostrador, por encima y por debajo de la mesa. Con ese certamen, en el que seguirá, le une un vínculo emocional.

Deja el salón inmobiliario y el logístico. Lo anunció ayer. Tiene la edad, atravesó algún susto de salud y Jordi Cornet, el sustituto de Royes, le ha pedido en más de una ocasión que se retire, empezando por su cargo en el Consorcio. Pese a su hermandad en el PP, ambos personajes no han casado bien estos años. Cornet no tenía la entrada en la alta sociedad barcelonesa que posee Lacalle; éste, a su vez, no tenía el poder político del hombre fuerte del Consorcio. Se han necesitado, pero no se han querido.

Le queda ocupación y trabajo: sigue como miembro del consejo de administración de Fira de Barcelona y del Grupo Godó. Por si todo eso fuera poco, aunque ya es un foro decadente, sigue siendo el organizador del Puente Aéreo por encargo de Godó, a quien no le gustaban otros cenáculos de la ciudad y le encomendó montar uno propio.

Aspiró un día a presidir la gran feria catalana, pero ese cargo se antoja muy difícil porque su perfil personal y profesional acumula ya más detractores que defensores. No son tiempos para gente como él cerca de la Generalitat o el consistorio barcelonés. Soplan aires en los que sus trajes a medida, las corbatas de lujo y los relojes glamurosos (seguro que su amigo Esteban Rabat le hacía buenos descuentos) han sido sustituidos por coletas y rebecas de punto.

Con esa falta de expectativas personales parece lógico que diga adiós. Ha vivido una especie de canonjía y sólo puede alegrarse por ello. Diríase que ha sido un convergente más del mundo del dinero, pero afiliado al PP. Una extraña habilidad sólo al alcance de los más listos. Y es mucho más hábil y astuto que sus cercanos Manel Torreblanca o Josep Maria Xercavins, compañeros de lo que se tercie en el lujo de Madrid o en el de Baleares. Se esté de acuerdo con él o se reprueben actitudes como la suya de cercanía y provecho con el poder, no puede negársele un cierto olfato histórico para retroceder a tiempo cuando la tormenta se aproxima.

Hoy o en próximos días, La Vanguardia le dará uno de sus preciados semáforos verdes, de los que acumula una colección única en la ciudad. En Crónica Global nos planteamos elaborar un ranking de vividores que si ya estuviera en marcha le concederíamos afectuosamente por los buenos ratos que hemos pasado algunos plumillas siguiéndole. No es el caso, así que con un adiós neutral será suficiente.