Hace unas cinco décadas que soy culé. Confieso, en público, que dejo de serlo; al menos, de forma temporal. Ni en eso me reconozco original: Xavier Sardà se me adelantó con idéntica formulación. Después de años de apoyo a unos colores que me enfundé por primera vez a la más tierna edad, abandono esa adhesión. Alguien que ha seguido al equipo durante muchas temporadas, que se ha emocionado con Cruyff, Neeskens, Sotil, Maradona, Romario, Rivaldo, Ronaldinho, Messi... no puede, de la noche a la mañana, convertirse en un antibarcelonista, lo admito. De igual manera, tampoco uno se siente obligado a comulgar en silencio con la mediocridad que invade hoy a la institución.

La culpa de esta deserción la tiene la política. Josep Maria Bartomeu, el presidente, y la junta directiva que le acompaña son una representación de falta de personalidad que pasará a la historia. Tras la retirada de algunos buenos directivos de la entidad, el equipo que rodeó a Barto tras las últimas elecciones es de un gregarismo alarmante para una entidad como el FC Barcelona con una historia y un papel social relevante.

Que el Barça suscriba el Pacto Nacional por el Referéndum es la forma más clara de sus actuales dirigentes para dividir a una afición que sigue el fútbol y le importan un comino el resto de cuestiones

Que el Barça suscriba el Pacto Nacional por el Referéndum es la forma más clara de sus actuales dirigentes para dividir a una afición que sigue el fútbol y le importan un comino el resto de cuestiones. Es más, en ocasiones el fútbol y sus campeonatos se convierten en una válvula sociológica de escape ante la crisis política del país. Si quieren hacer del Barça más que un club y entrar en política, que lo hagan. De hecho, ya hay muchos aficionados y directivos que lo persiguen. Pero entonces deben actuar no sólo suscribiendo lo que el nacionalismo les pone delante de los ojos, sino con verdadera política social. Esperaremos ahora a que el Barça se pronuncie sobre las hipotecas, la falta de infraestructuras, la exclusión social de la infancia, el desempleo... ¿Verdad que nos parecería un auténtico despropósito mezclar esas cuestiones con el devenir diario de un club deportivo? Justamente es la sensación que me invade cuando conozco el fin de semana último que la directiva ha decidido incorporarse a la campaña promovida por una de las asociaciones agitadoras del soberanismo catalán.

Barto es un dirigente de perfil gregario. Ganó las elecciones para frenar el regreso del excéntrico Joan Laporta o la barbarie que simbolizaban Antoni Freixa y Agustí Benedito. Ganó por oposición y no por ser el candidato mejor considerado. Su tesorera, la vicepresidenta económica del club, Susana Monje, se ha visto obligada a dimitir por todo lo que rodea a sus empresas y que le hace ser un mal ejemplo de gestora económica. El vicepresidente institucional, Carles Vilarrubí, está imputado en el caso Pujol y se dedica a manejar el palco para su marca personal mientras cuela el discurso nacionalista en la directiva. Al amigo de Artur Mas no le van bien las cosas: ERC le ha metido un impuesto a su señora Sol Daurella que Vilarrubí no ha conseguido salvar con mil y una relaciones. El responsable del nuevo proyecto inmobiliario, Jordi Moix, ha sido considerado un gafe en todas las empresas del sector por las que pasó y que no han levantado cabeza. Emili Rousaud se dedica a vender energía desde el cargo; Javier Bordas tiene serios problemas con Hacienda por sus locales de ocio nocturno en Barcelona; también hay un Carulla para que no falte de nada. Es sólo una pincelada, que podía aún ser más exhaustiva y canalla, de la junta.

La directiva de Barto es cualquier cosa menos transversal. Supura nacionalismo

La directiva de Barto es cualquier cosa menos transversal. Supura nacionalismo. Basta comprobar que le sucede lo mismo que al Parlamento de Cataluña hace unos años: los apellidos de sus componentes son mayoría procedentes de una burguesía decadente que hoy vive aferrada a la política para compensar sus malos tiempos en los negocios. Ya nadie que sea exitoso en el mundo de la empresa desea compartir su tiempo con la gestión del club. Atrás quedan los tiempos de Salvador Alemany o Lluís Bassat. El arribismo se ha apoderado de la dirección y allí se va a medrar con el escudo como palanca para los negocios privados. Hay quejas sobre el palco del Bernabéu, pero la Llotja del Camp Nou es una expresión aldeana de la misma miseria.

Ese Barça en el que ya no habita en la cúpula ningún García, Martínez, Rodríguez o López, apellidos mayoritarios en Cataluña, no puede arrogarse ninguna condición específica que no sea excluyente con una parte de la sociedad. Apuntarse al Pacto Nacional por el Referéndum es el último agarradero de una burguesía gregaria, impersonal e incapaz de sostener su propio relato, por lo que asume el de otros como propio. Con esa afiliación, el Barça rompe el equilibrio histórico necesario en una sociedad tan diversa y plural como refleja la composición de sus ayuntamientos o administración autónoma. Y se aleja, poco a poco, de España, donde juega la liga que le ha dado sus mejores momentos y mayores éxitos. Al final resulta que con todo el escarnio que se hizo sobre Josep Lluís Núñez como presidente, el constructor fue el que más independiente mantuvo al club de las injerencias políticas. El primero que le dijo a Jordi Pujol que el Barça era más que un club y que ni Dios entraría en su cocina.

Hay quejas sobre el palco del Bernabéu, pero la Llotja del Camp Nou es una expresión aldeana de la misma miseria

El único partido que ha criticado esta última actuación del Barça ha sido el PP. Pero seguro que tampoco es del agrado de los socialistas del PSC, de Ciudadanos o de una parte importante de la izquierda no nacionalista que vota a los entornos de Podemos. Los partidos no deben politizar las instituciones deportivas, pero en contrapartida los clubes como el Barça deben dejar de usarla en beneficio propio o de sus dirigentes de cada momento. Resultaría mucho más útil para sus socios que el Barça se mantuviera distante del forzado debate político catalán, que interesa a unos y cansa, hasta la saciedad, al resto. Mientras eso no suceda, ni nos haremos del Madrid ni del Espanyol. Más sencillo, un servidor deja correr a este Barça, que deja de representarme.