Siempre me he preguntado cómo fue capaz el escorpión de la fábula de convencer a la rana para que cargara con él a su espalda y cruzase el río. Como todos sabemos, a mitad de camino, el alacrán picó al anuro y lo envenenó, y mientras ambos se hundían este preguntó: “¿Por qué lo has hecho, ahora moriremos los dos?”. A lo que el arácnido respondió: “Es mi naturaleza”.

Es cierto que las cosas en Cataluña están bastante calmadas. Sobre todo si las comparamos con los momentos más álgidos del procés o con los años inmediatamente anteriores. No parece que a corto plazo vayamos a vivir otro intento de secesión unilateral como el de 2017, ni es probable que el nacionalismo retome inmediatamente los niveles de violencia salvaje de aquel otoño ni los de dos años después.

Sin embargo, me asombra el conformismo de una parte del constitucionalismo con esta situación. Es decir, ¿nos basta con que los independentistas no la vuelvan a liar en los próximos meses o años? ¿Vamos a permitir que sigan mangoneando a su antojo desde las instituciones públicas? ¿Debemos seguir aguantando que toda la administración autonómica siga impregnada de nacionalismo hasta el tuétano?

El constitucionalismo más pánfilo ofreció durante décadas su espalda al nacionalismo hasta que, llegados a mitad del río, este le clavó su aguijón en forma de procés. Fue una actuación que, como a la rana, sorprendió a muchos bienintencionados porque todos perdían con ella. Los muy ingenuos --los de aquí y los de Madrid, que en ambos sitios abundan-- no se habían enterado de que así es la naturaleza del independentismo.

Ahora, cegados por un cortoplacismo timorato y pusilánime, muchos terceristas se conforman con la paz actual. Aspiran a recuperar ciertas dosis de pujolismo y algunas raciones de peix al cove. Prefieren no exigir a los nacionalistas nada a cambio, no sea que vuelvan a las andadas. De hecho, no solo no les exhortan a gobernar para todos, sino que incluso plantean nuevas dádivas, como el perdón de Puigdemont y del resto de fugados en el extranjero. Parece que no les bastó con los indultos, pese a que se ha demostrado que no sirvieron para nada. Bueno, para algo sí, para humillar a los catalanes que se partieron la cara contra el procés.

Algunos siguen empeñados en tratar de convencer al escorpión, pretenden persuadirlo, proponen acariciarlo para ver si así entra en razón. Y, llegado el momento, volverán a subírselo a la chepa y lanzarse al río.

Pero lo peor de todo es que volverán a sorprenderse cuando el bicho les clave el aguijón y, de nuevo, se vaya todo al garete.