Cataluña regresa a la normalidad mañana. El inicio de las clases marca el fin de las vacaciones navideñas y nos deja ante un escenario que ya esperábamos, el de la pandemia descontrolada y otra batería de restricciones cada vez más complicadas y con mucho ruido de fondo. El de quienes piden un confinamiento exprés y el de quienes advierten del golpe definitivo a la economía catalana y reclaman a la Generalitat que reparta ayudas para evitar la sangría empresarial en sectores como el comercio o la restauración.

Por ahora, el Govern tampoco ha defraudado y se escuda en Madrid para asegurar que no puede ofrecer subvenciones directas a los afectados. Otro discurso con tintes preelectorales que cada vez harta a más sectores de actividad. Uno de los últimos en expresar de forma pública su malestar es el de los libreros y editores por la incongruencia de los discursos en que se les aseguraba que eran esenciales para la cultura y la decisión de que permanezcan cerrados los fines de semana. El resto de los días pueden operar al ser tratados como un comercio más. ¿Es una limitación útil para frenar la expansión del virus? ¿Son las librerías un lugar de aglomeraciones y contagio u otro templo de la cultura? En la Generalitat no lo tienen claro. 

Otra semana más, el consejero de Interior, Miquel Sàmper, se ha erigido como el paladín de la inconsistencia. Tocado por la gestión de la rave de Llinars, este viernes convocó a los medios para comunicar que en plena ola de frío se recomendaba no salir a la carretera y que los desplazamientos se hicieran con comida y agua en los vehículos por si alguien se quedaba varado en el asfalto. Pero, ¿no estaba prohibida la movilidad fuera del municipio? Él mismo había advertido de que la policía iba a vigilar y perseguir a los incumplidores. ¿Ha habido algún cambio al respecto? No, como mínimo en las últimas horas ya que las modificaciones pueden aparecer en cualquier momento. 

Los discursos actuales del Ejecutivo catalán son el mejor ejemplo de la política líquida. Llegan al extremo de que está incluso en el aire la fecha de las elecciones por el impacto de la pandemia. Con todo, será bonito ver la maniobra retórica que se deberá marcar desde plaza Sant Jaume para justificar que sí se pueden celebrar las votaciones para escoger al próximo presidente del Barça, pero no desarrollar unas autonómicas por una cuestión de emergencia sanitaria. ¿Será que aquí solo valen las encuestas?

Entre las estrategias trumpistas que ya se han activado desde los sectores más radicales y que advierten en este momento de un pucherazo en el 14F; encuestas que muestran su optimismo (quizá demasiado) por un cambio de signo político en Cataluña; las voces que alertan de que la emergencia sanitaria es cada vez más preocupante y una vacunación que avanza a paso de caracol y con los problemas logísticos que hace tiempo que se advierten, el inicio del año es de lo más entretenido.

2021 también será el año de un cambio en otro país cuyas decisiones tienen más impacto de lo que nos parece en nuestro territorio, Alemania. En nueve meses se celebrarán elecciones federales y la canciller Angela Merkel no optará a la reelección de un cargo que ocupa desde 2005. En el país ya se advierte de que su relevo será de lo más aburrido posible, ¿no les da envidia?