Los responsables de la tregua política catalana son Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Involuntarios responsables, es cierto y quizá ni lo sepan, pero son quienes han conseguido restar ruido al proceso soberanista catalán, que durante meses todo lo invadía hasta superar los decibelios legalmente permitidos.

Cuando el nacionalismo se da cuenta de que el PP mejora los resultados en las segundas elecciones sólo le queda apelar al milagro de que Sánchez sea capaz de formar un gobierno alternativo a Rajoy (gobierno que nunca explicó cómo ni con quién) para disponer de alguna interlocución sensible a sus peticiones.

La crisis interna del PSOE y la posterior implosión les ha dejado, como la caída de participación popular en la Diada, tan desprevenidos como estupefactos. Ha restado protagonismo a su acción permanente de marketing político, uno de sus grandes éxitos, dicho sea de paso. La moción de confianza del pasado 28 de septiembre, en la que Carles Puigdemont anuncia un referéndum unilateral de independencia, ni siquiera ha sido primer titular de portada de los grandes medios españoles.

Ahora los órdagos en la calle o en las instituciones son inútiles para negociar en Madrid o darle trascendencia a la posición política identitaria

El soberanismo de Junts pel Sí transita por la política desde hace semanas con uno de esos artefactos adosados que se acoplan a los motores u otras herramientas para que su ruido disminuya: un silencioso. Algunos partidos que no comparten sus postulados han hecho suya la tesis de que, como enseña el refranero, el mejor desprecio es no hacer aprecio. Con la salvedad del PSC y de su redentor Miquel Iceta. El líder socialista catalán, hasta que no entró en harina en los asuntos de su propia casa, seguía bailando al son de las gracias de sus oponentes en el Parlament. Era una especie de aceptación buenista de un discurso que ni todos sus compañeros de las calles Ferraz y Nicaragua comparten.

El silencioso preocupa y mucho a los que han convertido el sentimiento independentista en una opción de gobierno institucional. Con un adversario más preocupado y ocupado por sus propios asuntos, los órdagos en la calle o en las instituciones son inútiles para negociar o darle trascendencia general a la posición política identitaria. Añádase una cierta mejoría económica para que la desmovilización se desinfle al mismo ritmo que se produjo su ebullición en los últimos años.

De ahí que el presidente Puigdemont haya decidido que tiene que ir a Madrid a quitar el silencioso a su discurso. Lo hará el 10 de octubre en los desayunos de Europa Press, donde su intervención procurará caldear de nuevo el ambiente de la política española con más avisos, advertencias, amenazas y toda suerte de empujones en busca, al final, de una negociación que permita a él y a los suyos salir como puedan del lío infernal y ruidoso en el que entraron y al que nos han arrastrado al conjunto de Cataluña.