Al día siguiente de que Carles Puigdemont aceptara su derrota, se hizo público que había alquilado una vivienda unifamiliar en la localidad belga de Waterloo, el lugar donde Napoleón Bonaparte perdió su última batalla. La comparación es tan irresistible que quizá por esa razón --o por la filtración a la prensa-- es posible que el expresident renuncie al final a instalarse en un sitio tan evocador. Pero el paralelismo será ya inevitable.

A diferencia, sin embargo, de Fabrizio del Dongo, el protagonista de La cartuja de Parma, de Stendhal, que perdió la batalla de Waterloo sin saberlo, Puigdemont era consciente de que su estrategia suicida podía llevar a algunos sitios, pero no a la presidencia de la Generalitat. Solo le faltaba reconocerlo, y eso lo hizo en los ya famosos mensajes que envió al móvil de su exconseller Toni Comín justamente en el mismo momento en que difundía por las redes un discurso grabado en el que instaba a las bases independentistas a la unidad y a la resistencia. Una cosa en privado y la contraria en público, como es costumbre en la casa independentista.

La revelación de los mensajes de móvil hizo que cundiera la sensación de derrota entre las filas secesionistas, pero ahí estaba Gabriel Rufián para levantar la moral e ironizar en una carta dirigida a Oriol Junqueras en la que, aparte de los tópicos habituales alineados en formato tuit para destacar la fuerza de la idea de la independencia, la única noticia que daba es que cree en la existencia del cielo, como su jefe.

La confesión de Puigdemont, de todas formas, no significa que vaya a rendirse tan fácilmente, aunque sepa que su investidura es imposible, ni siquiera en el modo simbólico que propone ahora Junqueras, quien ha sugerido en una entrevista que podría elegirse a Puigdemont como un presidente icónico que compartiría el cargo con un president efectivo. La efectividad es el nuevo hallazgo de ERC, que repiten desde el presidente del Parlament, Roger Torrent, hasta Marta Rovira, la hasta hace nada compañera en radicalismo del exiliado de Bruselas.

La confesión de Puigdemont no significa que vaya a rendirse tan fácilmente, aunque sepa que su investidura es imposible

Para Puigdemont, todo empezó a torcerse cuando Torrent aplazó el pleno de investidura. Pero el presidente del Parlament tenía poderosas razones para hacerlo, y no es la menor la de que Puigdemont exigía a Torrent un acto de desobediencia al Tribunal Constitucional (TC) que podía llevarle a la cárcel mientras él permanecía a salvo en Bruselas. El principio de reciprocidad quedaba así por los suelos.

Puigdemont sabe que no será president porque las medidas cautelares del TC --veto a la investidura a distancia, telemática o por delegación, aunque sea simbólica-- seguirán vigentes al menos hasta marzo y porque, si el juez Pablo Llarena decide los autos de procesamiento por esas mismas fechas, será inhabilitado al dictar para los prófugos una orden de detención internacional y de ingreso inmediato en prisión, equivalente al requisito de estar encarcelado para que se pueda aplicar el artículo 384 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal sobre los delitos de terrorismo, banda criminal y rebelión. Y en el caso extremo de que el expresident fuera investido de forma ilegal, el TC anularía inmediatamente la votación.

Esta imposibilidad práctica de que Puigdemont cumpla la aspiración legitimista de volver a ser president para anular de esta forma lo que el artículo 155 cercenó, como dice su argumentario, convierte la opción de nuevas elecciones en la única salida para él y para el núcleo de irreductibles que le arropan desde Junts per Catalunya confiando en que para la repetición electoral aún no esté inhabilitado. Nadie, salvo este grupo, quiere ir de nuevo a las urnas, pero esta alternativa no puede ser descartada.

La otra opción que queda es la de postular a otro candidato, y a ser posible sin causas judiciales pendientes para no ser inhabilitado en los próximos meses, pero, por el momento, no parece que el grupo de diputados --entre 15 y 20-- que deben su elección a Puigdemont y que son decisivos para la investidura estén dispuestos a una salida semejante.