En la noche de este 28-A se despejará la incógnita de estas elecciones a las que los bloques derecha-izquierda, esa división que todos dan por muerta pero que goza aún de buena salud, llegan empatados, según las previsiones. La incógnita consiste en saber si Vox irrumpe con tanta fuerza que es decisivo para la formación de un Gobierno de las derechas o si su asegurado ascenso solo sirve para dividir de tal manera el voto de derechas que facilite un Gobierno de izquierdas.
Los últimos días, tras los dos debates a cuatro en la televisión, se ha instalado la creencia de que la explosión de Vox va a superar todos los pronósticos. Hay varias razones para temerlo: las filtraciones de los trackings que siguen haciéndose aunque no puedan publicarse encuestas; los llenazos en los mítines de Santiago Abascal en Madrid, Valencia o Sevilla, y el gesto del líder del PP, Pablo Casado, de acoger sin reserva alguna en un eventual Gobierno de derechas al partido de extrema derecha.
Casado se abrió el último día de campaña a la posibilidad de gobernar con Vox si era necesario. Este destape revela, por una parte, que el PP no confía en ganar las elecciones, en contra de lo que ha repetido durante la campaña y, por otra, que considera que el resultado de Vox puede estar a la altura del de Ciudadanos (Cs). Esta disposición a gobernar con Vox es, además, la última forma de legitimar a la extrema derecha, que las dos formaciones de la derecha (el PP, pero también Cs) vienen haciendo con la formación de gobierno en Andalucía y con un discurso repleto de mentiras, exabruptos y ataques despiadados al adversario, propio de los partidos ultras, hasta el punto de que en algunos temas --afortunadamente, aún no en todos-- es difícil distinguir si habla Casado, Abascal o Rivera.
El principal líder que ha blanqueado el discurso de Abascal ha sido Casado --no en vano la formación ultra procede de una escisión del PP, donde siempre estuvo la extrema derecha--, pero también ha contribuido Rivera, con su exclusión radical del PSOE como eventual aliado y con sus fichajes de tránsfugas de otras formaciones, ninguno tan escandaloso como el de Ángel Garrido, último presidente de la Comunidad de Madrid, a cuatro días de las elecciones. Todo eso es munición para Vox y para los que creen que todos los políticos son iguales y solo buscan los cargos. Pero la frivolidad y los errores estratégicos de Rivera pueden enfrentarlo a un terrible dilema. Si Vox diera el sorpasso a Cs, como algunos apuntan, qué haría Rivera: ¿mantendría el veto al PSOE aliándose como tercera pata de un tripartito con la extrema derecha?
Aunque los independentistas catalanes no lo reconozcan y achaquen el crecimiento de Vox solo a la ola populista y trumpista que recorre Europa, el procés es responsable también de que en España se asiente un partido extremista de derechas como los que quieren destruir la Unión Europea (UE). En este sentido, son reveladoras las recientes declaraciones a El País (25-4-2019) del comisario europeo Pierre Moscovici: “No podemos estar seguros de que la UE sobrevivirá en el siglo XXI. Hay que pelear por ello, no es un hecho”, aseguraba, antes de resaltar que “Europa es una absoluta necesidad, para los europeos y para todo el planeta”, porque es uno de los pocos lugares del mundo “donde no hay pena de muerte, se lucha contra el cambio climático, se rechaza la discriminación por género, raza u orientación sexual, hay una importante red de protección social, la educación es una prioridad, la democracia y el Estado de derecho son esenciales”.
Tras esta campaña de mentiras y exageraciones, también puede ocurrir que la alarma que se ha desatado en los últimos días sea al final una estrategia de movilización ante el temor de que un partido ultraderechista, neofranquista, unitarista, xenófobo y machista tenga la llave para formar Gobierno en España 40 años después de aprobarse la Constitución. De la movilización de los demócratas depende que no le tengamos que dar la razón a Rafael Sánchez Ferlosio cuando decía que “vendrán más años malos y nos harán más ciegos”.