A muchos les dio por el cachondeo simplón cuando conocieron los datos de la última macroencuesta electoral del CIS. “Son cosas del socialista Tezanos”, “se ha pasado en la cocina”, “son meras eculubraciones”, “¿cómo se pueden dar ya previsiones de escaños con tan alto porcentaje de indecisos?… Cuando, pocos días después, conocimos el sondeo del GESOP para El Periódico de Catalunya y el análisis del mismo realizado por su directora Àngels Pont, fueron ya muchos menos quienes se atrevieron negar el pan y la sal a los vaticinios de una empresa privada de reconocido prestigio. Unos vaticinios que coincidían en gran medida con las previsiones anunciadas por el CIS. Poco después llegó una nueva gran encuesta, la de GAD3 para La Vanguardia, con datos asimismo muy en sintonía con los avanzados tanto por el CIS como por el GESOP y con el añadido, en este caso, de dos minuciosos análisis del reputado especialista en demoscopia del diario del Grupo Godó, Carles Castro, y de Narciso Michavila, presidente de GAD3, que publica una encuesta similar en el diario ABC.

Son ya demasiadas coincidencias. Es muy cierto que las encuestas pueden e incuso suelen fallar en algunas de sus predicciones. Este tipo de errores o fallos raramente se producen respecto a las grandes tendencias detectadas por los sondeos. GAD3, por poner un ejemplo significativo, acertó en su previsión de los resultados de las todavía recientes elecciones autonómicas andaluzas, en las que otras empresas, tanto privadas como la única pública, el CIS, no supieron detectar la potente irrupción de Vox en el mapa político de Andalucía.

Las grandes tendencias en las que coinciden hasta la fecha todas las encuestas parten de un dato fundamental: la creciente recuperación, ampliación y fidelidad del voto al PSOE, partido que se mantiene destacado en primera posición en casi toda España y que penetra con mucha fuerza tanto en el centro, desasistido por el viraje derechista de PP y también de Cs, como en la izquierda, a causa de los sucesivos errores cometidos por UP, e incluso en unos sectores catalanistas que desean acabar de una vez con el viaje a ninguna parte emprendido por los principales partidos del nacionalismo catalán con su ya fracasada apuesta secesionista.

El significativo crecimiento de las expectativas de voto socialista se debe en buena medida a la insólita fragmentación del voto de la derecha y el centro-derecha. La aparición de Vox, que podría haber sido tratada con una mínima dosis de inteligencia por parte de Pablo Casado y Albert Rivera para marcar diferencias muy claras con esta formación ultraderechista, ha llevado tanto a PP como a Cs a emprender una campaña bronca, preñada de exabruptos y sandeces sin fin, con lo que han abierto una muy amplia brecha de terreno en el centro, hoy por hoy ocupable únicamente por el PSOE. Mientras PP y Cs luchan a cara de perro con Vox y se disputan entre sus tres candidaturas un número importante de escaños en muchas de las circunscripciones de la España interior con menor número de habitantes, el PSOE puede acabar siendo el gran beneficiario precisamente en estas mismas provincias.

Con menor intensidad, pero también de forma relevante, parece que UP, y con ellas algunas de sus confluencias territoriales -en especial la catalana de ECP- perderán apoyos por sus errores propios, sus sucesivas divisiones internas y un liderazgo personalista único que hasta ahora ha sido incapaz de reconocer el fracaso de sus reiterados intentos del célebre “sorpasso”.

En Cataluña todo esto adquiere una dimensión particularmente relevante. El PSC, tantas  veces dado por muerto en combate por algunos de sus muchos adversarios de todo tipo, parece que puede recuperar la condición de vencedor tanto en votos como en escaños, seguido muy de cerca por una ERC que ahora parece renunciar a sus apuestas más radicales y se presenta dispuesta de nuevo al diálogo y al pacto. Lo poco que queda ya de la antigua CiU, ahora JxC, se acerca de forma casi inevitable a su suicidio asistido desde Waterloo. Poco queda también del fuerte empuje que hizo de ECP la fuerza ganadora en Catalunya en las últimas elecciones generales. Otro tanto sucede con Cs, que no ha sabido conectar de forma estable con un electorado catalán moderado. El PP, residual siempre en Catalunya, parece condenado a rivalizar con Vox para no quedarse sin representación parlamentaria catalana. Y todo esto puede tener consecuencias espectaculares en los comicios al Senado.

¿Cómo puede suceder algo así en tan poco tiempo? A mi modo de ver hay una única explicación para un fenómeno de esta magnitud: el hartazgo, el voto contra el hartazgo. La ciudadanía, la de España entera y la de Cataluña de un modo muy especial, está mucho más que fatigada de tantos años de política de la crispación, del enfrentamiento no ya entre unos adversarios políticos sino entre unos verdaderos enemigos… Este hartazgo conduce a un cada vez más extenso y diverso número de votantes a rechazar esta crispación y a votar en su contra, lo que requiere votar por la moderación, por quienes no amenazan ni insultan, aquellos que no descalifican, los que, a pesar de todos los pesares, saben que la política en democracia es y debe ser siempre diálogo y voluntad de negociación, deseo de transacción para llegar a acuerdos beneficios para el conjunto de la ciudadanía.