En poco más de dos semanas hemos visto llegar el cuerpo incorrupto de Pedro Sánchez a la Moncloa --aupado por una moción de censura en la que colaboró lo mejor de cada casa--, y a Quim Torra ser investido Presidente de la Generalitat de Cataluña en la intimidad. Ese nuevo escenario propició, sólo por unos días, que muchos albergáramos la esperanza de que el problema catalán pudiera reconducirse hacia el terreno de la distensión. Eso que muchos políticos buenistas denominan "desescalar el conflicto". Pero parece que va a ser que no. Al menos yo lo intuyo así.

De entrada el PSOE difícilmente va a poder gobernar. El empujón de nacionalistas, independentistas y confluencia de mareas varias no supone un cheque en blanco para el Ejecutivo, que debería tener muy claro que la mayoría social de este país no aceptará en modo alguno más prebendas, concesiones, bajadas de pantalón y alfombras rojas a un nacionalismo desleal, que ahora mismo se relame las heridas, afila el acero mellado y sopesa cómo y cuándo asestar el próximo zarpazo. A la vuelta de verano, con la más que previsible coreografía norcoreana del 11S, jaleada, entre otros, por Elisenda Paluzie, la flamante nueva presidenta de la ANC --que propone listas blancas y negras de empresas afectas y desafectas al régimen--, y con todos los políticos presos sentados en el banquillo, con cara de "somos unos santos varones en la arena del Circo Máximo", las cosas se pondrán peor, no lo duden. La temperatura subirá.

Para entonces ya sabremos qué dádivas ha otorgado o comprometido el Gobierno a la fiera corrupia... ¿Acercamiento de presos, indultos, dinero? Resulta preocupante ver con qué facilidad se calientan los labios políticos como Meritxell Batet, cuando afirma que reformar la Constitución es asunto bueno, justo y necesario, o cuando esa encantadora peonza humana de Miquel Iceta, con fraternal y estudiada equidistancia, reflexiona retóricamente: "¡Hombre, claro, es comprensible que todos sintamos que formamos parte de una nación de neciones!". Y todos ellos sugieren que sería bueno recuperar artículos del Estatut, tumbados en la sentencia del Tribunal Constitucional ¡Glubs! ¿Para qué? ¡Si eran anticonstitucionales entonces, lo seguirán siendo ahora! Haga lo que haga el PSOE, que no será mucho --más allá de tres medidas sociales de bajo voltaje y de su spot publicitario “Welcome refugees with smartphone”--, lo intranquilizador es ver cómo en Cataluña más de la mitad de la ciudadanía deberemos seguir soportando a todas horas la arbitrariedad del nacionalismo supremacista, porque la intolerancia campa y seguirá campando a sus anchas.

Repasemos. Levantado el control de sus finanzas, la Generalitat proyecta reabrir embajadas e inyecta más de 20 millones de euros en TV3 y en Catalunya Ràdio. Si antes había que ponerse un pinza en la nariz al sintonizarlas, ahora, ante semejante derrama de pasta, hay que darse una ducha antirradiación al apagarlas. Es igual que el programa sea de cocina o de jardinería; en todos se veja a España, al Gobierno, a la policía y a los españoles. A nivel de calle, los chicarrones de Arran y los CDR boicotean actos de SCC y expulsan al pobre Cervantes del paraninfo, por nazi; boicotean a Inés Arrimadas en un acto en Vic; intentan reventar la presentación de la nueva novela de Jordi Canal en Tarragona; ocupan los ayuntamientos de Sabadell, Ripollet y Cerdanyola; pintan vehículos de policías; dejan hecha unos zorros la comisaría de Tarrasa y amenazan con hacerle la vida imposible a los turistas y con parar el país durante 20 días en septiembre.

Aún más grave es que a nivel institucional permitan todo eso, y declaren persona non grata al Rey en Gerona --con el apoyo vergonzoso e incomprensible del PSC--, y que Torra, Elsa Artadi y otros le exijan pedir perdón por su discurso del pasado octubre, mientras se reafirman en la vía unilateral y en el falso mandato del 1-O.

El procés ha sido un fracaso, la patochada ha terminado. Lo saben, están rabiosos, y les sale lo peor del alma: ruindad y orgullo desmedido. Decenas de miles de ellos viven como reyes gracias a esta sinrazón y deben aparentar que la lucha proseguirá, que están reuniendo arrestos y que todo vuelve a empezar. Que un alfeñique paniaguado como Bernat Dedéu prescriba, desde su púlpito en las redes, una buena dósis de violencia y sangre como único remedio a la situación es la mejor prueba de la confusión que les guía.

A pesar de su derrota, estamos todos, ellos y nosotros, sentados sobre barriles de pólvora y gasolina, en calma tensa, y resulta preocupante oír a un político tan poco dado a la pirotecnia verbal como Josep Borrell decir que estamos al borde de un conflicto civil.

Crucen los dedos y feliz verbena a todos.