Volver, volver, la canción que popularizó Vicente Fernández allá por 1973 está considerada una de las mejores rancheras del siglo XX. Son maravillosas algunas de las versiones que de ella han cantado Chavela Vargas, Rocío Dúrcal, Los Lobos o la virtuosa Linda Ronstadt. Y de entre todas ellas es imposible olvidar la versión de Flaco Jiménez, acompañado por su inseparable acordeón.

Fue en la sala Zeleste, durante una gira por España allá por 1993, cuando Flaco dio un concierto que dejó al público rendido y cantando a coro todas sus canciones, de principio a fin. El éxtasis no acabó con los bises, continuó en la barra lateral. Ya quedábamos pocos, el inolvidable José Ramón Tigel entre ellos, y todos agarrados a una cerveza. Y de repente Juan Echanove empezó a entonar Volver, volver y, ni corto ni perezoso, enganchó con una imitación de Franco. Acababa de rodar Madregilda y la aflautada voz del dictador la hacía más que creíble. Las carcajadas fueron interminables, algunas acabaron siendo dolorosas, otras mutaron en nerviosas. Los pocos acodados en aquella barra teníamos edad de haber vivido el tardofranquismo y para algunos relacionar Volver con la imagen del dictador, por muy ridícula que fuera su voz, nos inquietó.

“Este amor apasionado, anda todo alborotado, por volver. Voy camino a la locura y aunque todo me tortura, sé querer”. He recordado aquel momento ahora, cuando Junqueras empieza a dar señales de que la tregua golpista ha terminado y asegura que va a volver a las andadas. Y así, de manera personal e intransferible, asocio el retorno del beato separatista con el omnipresente retrato de Franco con su fajín de general rodeando su prominente barriga. O, lo que es lo mismo, relaciono volver a las andadas con el desprecio a la democracia y el pisoteo de la convivencia desde un cuerpo nacionalista orondo, más que bien alimentado.

“Lo volveremos a hacer tantas veces como sea necesario”. Las últimas declaraciones de Junqueras evocan aquella consulta antidemocrática y esperpéntica del 9N de 2014, repetida el 1-O de 2017 y que piensa convocar una y otra vez, hasta el infinito y más allá. Y nadie en el gobierno parece darse por enterado, quizás porque la estrategia sanchista --si sobrevive al tsumani de la pandemia-- tiene dos objetivos fundamentales: remar a favor del retorno del tripartito en Cataluña y conquistar el trono del PSOE de Andalucía. Y en este viaje cesarista hacia un anhelado escenario de poder absoluto, el líder socialista aprecia los nacionalistas cantos de sirenas que nos pueden arrastrar, si no es capaz de resistirse, hacia un nuevo conflicto guerracivilista, similar al del otoño de 2017. El recordatorio de Junqueras no es una amenaza, es un adelanto de lo que las fuerzas nacionalistas van a poner de nuevo en marcha, más temprano que tarde, y con dinero público, por supuesto. El que nos sobra.

Pero todo puede ir a peor. Si en algo parecen coincidir la visión de futuro de Sánchez, Iglesias y Junqueras es el peaje que hemos de pagar para que sus proyectos ególatras culminen. Imbuidos como están por la práctica dictatorial --véase como gobiernan sus partidos-- no ha de extrañarnos que, poco a poco, nos acerquen al modelo de democracia autoritaria rusa o turca. Aunque no es necesario buscar la guía fuera. El fallido proyecto republicanista de Catalunyistán parece haber calado a nivel nacional.

Y llegados a este punto, los monárquicos --socialdemócratas, liberales o conservadores-- han empezado a multiplicarse sin complejo alguno. Es curioso el paralelismo, pero según los críticos musicales la lista de las mejores rancheras no la encabeza Volver, volver sino El Rey de José Alfredo Jiménez, porque “no hay que llegar primero, hay que saber llegar”.