La comedia de errores regocijó al público durante siglos. Luego llegó el vodevil, según la fórmula de puertas para personajes que entran y salen repitiéndose hasta la carcajada. La actual situación catalana puede equipararse a un vodevil pero con personajes que provienen de la confusión y abren puertas que dan al vacío. Cataluña vive en un estadio tragicómico, empobrecedor y de confrontación. Mientras, la política de toda España, ya de por sí deteriorada, se parece a la patrulla exploradora que de repente queda paralizada en un campo de minas con la espoleta de los másteres y las tesis doctorales. Desde la moción de censura, el nuevo gobierno ha transitado entre errores y rectificaciones, con una notoria carencia de cintura política que no tan solo es atribuible a la heterogeneidad de sus apoyos parlamentarios.

Incluso para quienes supusieron --con una cierta dosis de wishful thinking-- que en esta nueva etapa el diálogo iba a obrar maravillas en el conflicto de Cataluña, la expectativa va diluyéndose porque la responsabilidad de ese conflicto no corresponde por completo a Rajoy ni a los reyes godos sino a la estrategia retrógrada del independentismo, en el que ahora unos querrían ir sedimentando rectificaciones que no les perjudiquen electoralmente y otros no hacen otra cosa que poner obstáculos a todo lo que no sea sedición y caos. Quién hubiera imaginado que ERC pudiera ser un resquicio para que, al pretender heredar las mayorías pujolistas, el frente secesionista perdiese un flanco histórico.

Sucesivamente en cabeza del separatismo, Artur Mas, Puigdemont y Quim Torra, carecen por completo de los atributos positivos del liderato. Son conspiradores de dimensión comarcal, activistas taimados, ilusos con pretensiones intelectuales y, sobre todo, carecen de todo conocimiento de lo que es un Estado precisamente cuando en teoría pretenden crear uno ex novo. Son esos personajes secundarios que aparecen en alguna escena de vodevil para provocar, con su plena torpeza, un malentendido chusco. No son líderes transformacionales ni exhortativos. En realidad, como políticos son de tercera división en un país tan heterogéneo y creativo como es la Cataluña productiva.

Haría falta otros líderes para atajar los indicios de recesión democrática que, paradójicamente, se achacan a una España en la que el fantasma de Franco todavía estuviera al timón. Los despropósitos se vocean en TV3 y las rectificaciones de forma prácticamente inaudible. Ciertamente, eso no es liderar. Tampoco lo es someterse a la CUP o incluso merecer la adhesión de un sindicato de manteros. Cuanto más grave es la situación catalana, peor es el liderato de la ruptura. Así puede conseguirse que una comedia de los errores acabe siendo dramática y excluyente.