En los próximos años, según múltiples estudios, los trabajadores se enfrentarán a una nueva amenaza para su nivel de vida. Ésta no tendrá una carácter eventual, como lo sería una larga y profunda crisis económica del estilo de la observada en España entre 2008 y 2013, sino permanente. El desafío provendrá de la cuarta revolución industrial. En concreto, del “gran salto adelante” de la tecnología que permitirá la masiva incorporación de robots a la producción de bienes y servicios.

Según dichos estudios, la robotización generará principalmente dos peligros: la pérdida de empleos y la disminución de salarios. El primero provendrá de la sustitución, parcial o total, en numerosas ocupaciones de trabajadores por robots. El segundo será consecuencia del exceso de oferta laboral creado por el aumento del desempleo.

La valoración del impacto sobre el empleo es muy diversa. Así, según los profesores de Oxford Frey y Osborne, el 47% de los puestos de trabajo actuales de EEUU está en riesgo de desaparecer por la robotización. En cambio, la OCDE limita la posible pérdida al 9%. Ambos estudios coinciden en que los trabajos manuales y repetitivos, generalmente desarrollados por empleados poco cualificados, son los que tiene una mayor probabilidad de ser realizados por robots.

Según múltiples estudios, la robotización generará principalmente dos peligros: la pérdida de empleos y la disminución de salarios

Desde mi perspectiva, la robotización es la tercera fase de un proceso iniciado con la mecanización de las actividades productivas en la segunda mitad del siglo XVIII. Una transformación que ha generado un gran aumento de la productividad y progresivamente ha permitido incrementar el poder adquisitivo de los trabajadores y reducir su tiempo de trabajo. Por tanto, hasta la fecha, ha tenido un impacto muy positivo para ellos.

En su libro The World Economy: A Millennial Perspective (2001), Angus Maddison ofrece múltiples datos que corroboran lo indicado. Así, en el Reino Unido, durante el período 1785-2000, la productividad por hora de trabajo y el PIB per cápita se multiplicaron por 22,25 y 13,16, respectivamente. Por el contrario, el número de horas anuales trabajadas se redujo en un 50,36%.

Evidentemente, un gran número de profesiones desaparecieron. No obstante, el número de puestos de trabajo perdidos fue inferior a los creados. Unos aparecieron debido a los nuevos productos y servicios que permitió el avance de la tecnología, otros surgieron por el mayor nivel de vida y el aumento de las horas de ocio de la población.

En las últimas décadas, en los países desarrollados, el mayor ataque sobre el bienestar de los trabajadores no ha provenido de la automatización (la segunda fase del proceso), sino del modelo capitalismo instaurado (el neoliberalismo). No obstante, es indiscutible que la primera, al permitir prescindir en numerosos procesos industriales de mano de obra cualificada, ha facilitado el traslado de la producción de manufacturas a los países emergentes.

El modelo neoliberal ha perjudicado a los trabajadores por dos vías diferentes. Por un lado, ha permitido a los propietarios del capital apropiarse de una mayor parte del incremento de la productividad conseguido. Por el otro, ha reducido su aportación a las arcas del Estado vía impuestos. Así, por ejemplo, en la mayoría de los países desarrollados, los tipos que en el IRPF gravan las rentas del capital son inferiores a los que recaen sobre las del trabajo.

No creo que deban imponerse impuestos a los robots, pues éstos frenarían el progreso

A pesar de ello, no creo que deban imponerse impuestos a los robots, pues éstos frenarían el progreso. Exactamente lo mismo que hubiera sucedido en el siglo XIX si un tributo especial hubiera recaído sobre las máquinas de vapor. En concreto, al retrasar o impedir su instalación en numerosas empresas harían que la productividad en los próximos años aumentará en menor medida.

Por el contario, si soy firme partidario de cambiar numerosas leyes laborales y fiscales. Las primeras para favorecer los derechos de los trabajadores, recuperar algunos perdidos durante los últimos años e incorporar otros nuevos. Las segundas para gravar más los rendimientos del capital y menos los del trabajo, pero también para evitar la tributación en paraísos fiscales de un número creciente de empresas.

En definitiva, la robotización no me parece nada especialmente alarmante ni incluso novedoso. Es la continuidad lógica de la mecanización y automatización de los procesos productivos. Como hicieron éstas, permitirá un gran avance en la productividad y puede hacer que incremente en una elevada medida el nivel de vida de la mayoría de la población.

No obstante, para que así suceda, es necesaria la sustitución del actual modelo neoliberal por otro más igualitario. En dicho caso, la robotización ayudará a aumentar los salarios reales, reducir el tiempo de trabajo e incluso puede evitar que aumente significativamente la edad de jubilación. Por tanto, sin lugar a dudas, ¡viva la robotización!