El célebre interdicto de Séneca, que dice “yo poseo las riquezas, pero ellas no me poseen a mí”, puede aplicarse a la Constitución española, que ayer celebró su 44 aniversario. Tres cuartas partes del aforo estuvieron ocupadas por diputados de PSOE, del PP y de Ciudadanos, en plena resaca bicéfala, después de la Cena de Navidad en la que Edmundo Bal e Inés Arrimadas se las tuvieron. Entre los ausentes en las Cortes se contaron los soberanista y Vox, el partido de Espinosa de los Monteros, que solo asistió al izado de la bandera, celebrado esta vez en la plaza de las Cortes y no en Colón, como en años anteriores. En un mensaje a sus bases, el partido ultra hizo guardia en la calle, me figuro que para pescar a algún carterista de los que rodean el Congreso en jornadas festivas.

Los partidos políticos son las riquezas, mientras que Séneca, el sabio que fue senador y cuestor romano, representa a la Constitución. También fue mentor de Calígula y del joven Nerón, pero casi nadie le hizo caso. Algo parecido le ocurrió a la clarividente Meritxell Batet, presidenta del Congreso y tercera autoridad el Estado, que ayer se dirigió a todos en un discurso atildado y firme en la escalinata de los Leones.

Los sondeos ralentizan el rally de Núñez Feijóo, la promesa de moderación que pretende llegar a Moncloa por deméritos de Sánchez más que por méritos propios. Bruselas aprovecha la señalada fecha de nuestro renacimiento democrático, 6 de diciembre, para exigir una vez más la renovación del CPCJ español y parece que finalmente la racanería de los jueces conservadores ha llegado a la calle, desde el momento en que la periodista Cristina De la Hoz ha oído conversar a dos vecinos, en la boca del metro de Sol, sobre la renovación de la cúpula de la Justicia.

Lo exquisito, por mucho que lo sea, trasciende en algún momento ¿Llegaremos a entender un día lo de las tres quintas partes que le corresponde renovar a la magistratura en un organismo consagrado por la Constitución? ¿Pueden los jueces incumplir la Carta Magna? Las altas togas reverdecen a base de “textos de textos rotos”, como se dice de los poemas sáficos, atribuidos a la portentosa poetisa de la antigüedad clásica. Pero no es necesario escuchar la elocuencia de sus señorías entreverada de citas y antecedentes de rigurosa exactitud para saber que la Constitución es una carta abierta susceptible de ser modificada. Miren si no a Inés Arrimadas que pide suprimir del texto la distinción entre autonomías y nacionalidades; elegante ella, con abrigo de raso blanco, en la Carrera de San Jerónimo. Todavía no ha entendido que la nacionalidad es un palabro dentro del marco federal y que la celebración constitucional no es un logro inerme del pasado, sino que solemniza el día en que dejamos de pertenecer al Fuero de los Españoles para convertirnos en ciudadanos libres.

¿Tanto les cuesta de entender lo mismo a los turiferarios de Junqueras? ¿O es que quizá ellos no disfrutan de sus cargos por mor de la misma Constitución? Es paradójico observar que Fernando VII fuera rey de España “por la gracia de Diós” bajo la Constitución liberal del siglo XIX, que el mismo monarca abolió después del cínico Manifiesto -“marchemos todos francamente, etc”- escrito de su puño y letra. En Cataluña, tierra de constitucionalistas conspicuos, los que pisotean derechos conquistados -igualdad bajo el imperio de la ley- no se acuerdan de que, en esta autonomía, el voto del 78 arrasó, Aquel día no estaban; Dios les conserve el oído a los que tienen la memoria en Cuenca.

Del oratorio de San Felipe Neri de Cádiz salió el redactado de la llamada Pepa en 1812, promulgada un 19 de marzo, el día de San José. Desde entonces, los demócratas gritan a pulmón abierto: ¡Viva la Pepa! Y ahora añaden: ¡la del 78!.