En la lista pormenorizada de daños provocados por la borrachera independentista destaca la feroz inducción al odio hacia España. Intentaron llegar a la ruptura jurídico-política desde una previa ruptura sentimental. La desconexión, antes que material, tenía que ser una amputación de afectos para que aquella fuera aceptada en lo material. "Hola república, adiós dictadura".

"España nos roba", "España nos oprime", "España nos reprime", nada menos que una España que va de ladrón a dictador y a franquismo recidivante. No importa que tales afirmaciones sean radicalmente falsas, las han repetido con desvergüenza hasta la náusea, no han sido combatidas con suficiente firmeza y han acabado calando en crédulos sectores lamentablemente amplios de la población de Cataluña. Iban a librarse de España de una vez por todas. El diputado e imputado Lluís Corominas el 27 de octubre en sede parlamentaria y desde lo alto de su eufórica ignorancia sentenció: "Ja no som espanyols!". Han aprendido a ignorar y a odiar lo que ignoran.

Confunden intencionadamente Gobierno con Estado, y Estado con España; es más, huyen de nombrarla ocultándola bajo la insidiosa denominación de "Estado", hasta el ridículo absoluto: "Llueve en casi todo el Estado español". ¿Pero qué les habrá hecho España para que la detesten de tal modo? Nada que se pueda demostrar seriamente, y, en particular, a los dirigentes independentistas menos todavía. Al contrario, gracias a la España detestada (constitucional, democrática, tolerante, garantista...) los independentistas han medrado en el poder institucional durante años --solo fueron desalojados de aquél por su conducta desleal y atentatoria del orden constitucional--, Cataluña dispone del mayor autogobierno de todos los tiempos y los catalanes gozamos de libertades como nunca. Sus contumaces mentiras no pueden enervar la solidez de esta realidad.

La crisis provocada por los secesionistas ha tenido, a pesar de los daños causados, algo positivo. Ha mostrado la vigencia de la Constitución y ha puesto a prueba con resultado notable la contención y la eficacia del Estado de derecho, pero además ha despertado en toda Españ una reflexión sobre la idea misma de España y su realidad

España no es una ficción, no es un artífico histórico inventado por literatos para beneficio de clases explotadoras. Es una realidad forjada a lo largo de siglos por las gentes que la habitamos; hemos compartido quizás más sufrimiento (guerras civiles, miserias, hambrunas, catástrofes, dictaduras...) que gloria, pero ese sufrimiento lo han padecido andaluces, castellanos, catalanes, gallegos, valencianos... y con todo no ha sido en vano, nos ha hecho compatriotas en España y conciudadanos en la democracia.

La crisis provocada por los secesionistas ha tenido, a pesar de los daños causados, algo positivo. Ha mostrado la vigencia de la Constitución y ha puesto a prueba con resultado notable la contención y la eficacia del Estado de derecho, pero además ha despertado en toda España, por lo tanto también en Cataluña para desesperación de los independentistas, una reflexión sobre la idea misma de España y su realidad. Ha sido una sacudida oportuna. Toca ahora poner en común las distintas reflexiones.

Los catalanes somos una minoría en España, lo equitativo es que tengamos la influencia que corresponde a nuestra condición de minoría, no más, pero tampoco menos. Desde el catalanismo hispanista nuestra reflexión debe girar en torno a qué podemos aportar al devenir de España. Desde luego no aquella modernización de la que blasonaba el viejo catalanismo. España ya es moderna, inventora, creativa, democrática, europea... Además de nuestra tradición en lo mercantil, lo industrial, lo social, podemos aportar la cultura aprendida en propia carne de la necesidad del respeto a las minorías; como mejor suena España es con la polifonía coral de sus minorías, por lo que ser plenamente catalanes es nuestra mejor manera de ser españoles.

El gran absurdo al que nos han querido arrastrar los secesionistas es la creencia que Cataluña necesitara independizarse de España, todo lo contrario, necesita abandonar cierta proclividad al ensimismamiento identitario, que nos ha llevado en determinados momentos de nuestra historia específica a un retraimiento particularista, y necesita proponerse una mayor integración e implicación en España.

Para cerrar esta apresurada vindicación de España valga la divisa de la Unión Europea "unida en la diversidad", propia de la Unión, pero aplicable como símbolo de la compartida identidad europea a todos sus Estados miembros.