Este martes se hecho la selectividad, y recuerdo que yo la hice en un instituto de Lleida, en 1975, cuando oficialmente todavía se la llamaba Lérida.

Después estudié dos careras universitarias, Periodismo y Publicidad y Relaciones Públicas, pero como mi familia era modesta no tuve más remedio que entrar a trabajar en el Banco Condal, ya desaparecido.

Fue en Granollers, la ciudad de adopción que he hecho mía. Aquí tengo lo que más quiero: mi familia. Y conozco más a Granollers que a mi ciudad natal. Al fin y al cabo, uno es más de donde pace...

Recuerdo también los quioscos, prácticamente desparecidos. Solo quedan dos en esta ciudad. Y es que la prensa de papel ha pasado a mejor vida. Únicamente los jubilados compran periódicos. Así, los pocos quioscos que aún sobreviven casi se dedican exclusivamente a vender flores y plantas. Son una tumba si nada. La tecnología impera de forma apabullante. Y eso no me gusta.

Yo escribo sin salir de casa. En mi caso, no es la pandemia, sino la perpetua...

Esta es la realidad de España y del mundo. La cosa va mal. La inflación está disparada, el paro no baja lo que debería, hay más delitos, se disparan las okupaciones... y la policía no sabe qué hacer.

No me gusta nada lo que veo.

El calor exagerado tampoco. Prefiero la primavera y el otoño.

Y qué decir de la corrupción en la política. Y de la mala educación.

Soy viejo, pero tengo los mismo principios de siempre: amo a España, defiendo a los necesitados y tengo una concepción cristiana de la vida. Así me lo enseño mi familia.

Soy viejo, pero de espíritu joven porque con 64 años aún tengo ilusiones.