Con el discurso de la “reconciliación” el candidato socialista completa su estrategia de jugar en esta campaña electoral la carta del catalanismo pragmático. Iceta intuye que hay un caladero de votos sensible a una promesa de pasar página al procés “sin vencedores ni vencidos”. Sale con voluntad ganadora pero sobre todo con la vocación de crear un nuevo espacio central. Más que ganar las elecciones en votos, lo que pretende es auparse a la presidencia de la Generalitat dando por supuesto que no habrá mayoría absoluta independentista ni tampoco constitucionalista. Busca una carambola que lo convierta en el candidato del mínimo común denominador del nuevo Parlament para evitar la repetición de unas nuevas elecciones al cabo de tres meses. Su apuesta es atrevida y se dirige a un espacio ideológicamente transversal, aunque sobre todo busca captar apoyos entre los nacionalistas moderados, aquellos que se identifican con la histórica CiU, y que se han quedado sin nadie a quien votar. En 2015 muchísimos dieron su confianza a Artur Mas porque prometía que el pulso secesionista sería siempre un win-win en lugar de la catástrofe social y económica que ha sido en realidad. El último giro antieuropeo del independentismo puede acabar constituyendo el argumento definitivo para este paso. Objetivamente, pues, Iceta tiene mucho donde pescar, también entre una parte de la izquierda de los comuns que ha visto como Ada Colau acababa siempre sirviendo a los intereses de los separatistas.

Ahora bien, el discurso de la “reconciliación” chirría cuando primero Pedro Sánchez y luego Iceta vetan a Ciutadans en el caso de que Inés Arrimadas estuviera en condiciones de optar a la investidura. Es cierto que el PSC necesita ser el partido no soberanista con más apoyos en las urnas para que la carambola de llevar a su líder al Palau de la Generalitat sea factible. También es verdad que hay un electorado fronterizo entre Cs y PSC en disputa y que los socialistas luchan contra una fuerte inercia de voto útil hacia Arrimadas (mucho peor lo tiene el PP de García Albiol, que puede sufrir un importante retroceso).

Iceta intentará una geometría variable que lo lleve a la presidencia con algunos apoyos y muchas abstenciones a su investidura. Pero anticipar que jamás investirá a Arrimadas es un error innecesario que igual luego tendrá que desmentir y que le puede pasar factura

Todo eso es lógico. Sin embargo, la política de vetos entre fuerzas constitucionalistas no solo es incoherente con el discurso de la “reconciliación”, sino que puede ser contraproducente para el propio Iceta. Primero, porque obliga a CS a un contraataque en el sentido de levantar la sospecha de que el PSC busca un tripartito con soberanistas, cuyo resultado sería que el cuento del procés no acabase nunca. Segundo, porque desanima al electorado no independentista que no entiende el sentido de una política de vetos entre fuerzas que deberían entenderse en un escenario postelectoral. Y, tercero, es una actitud beligerante que carece de sentido. Socialistas y Ciudadanos compiten ahora mismo por públicos diferentes. Arrimadas quiere aunar todo el voto antiindependentista. La encuesta de este domingo en El País le daba unos resultados excelentes. Iceta, en cambio, sin perder al votante socialista, ha optado por captar electores nacionalistas que buscan donde agarrarse para salir sin humillación del disparate secesionista. Al ser un voto arrepentido, los sondeos tienen difícil detectarlo, entre otras cosas porque la cocina de las encuestas es conservadora y afina mal ante cambios de tendencia.

Hace unos días escribía que hay motivos para depositar en el 21D grandes esperanzas. La importante encuesta de Metroscopia lo confirma. Si es cierto que Ciudadanos rivaliza con ERC por la primera plaza y se alza con 35 diputados, solo haría falta que el PSC progresase con éxito durante la campaña para que el cambio político en Cataluña sea posible. Si entre ambas fuerzas rondaran los 60 diputados, al PP no le quedaría más remedio que apoyar esa alianza desde fuera del Govern. Que Iceta no se resigne a investir a Arrimadas es lógico y entra dentro de la competición electoral. Su deber es luchar por obtener un voto más y no es imposible que lo logre. Pero es absurdo empezar poniendo vetos a posibles pactos postelectorales. Si no hay mayorías en un lado ni en otro, el candidato socialista intentará, como anuncia, una geometría variable que lo lleve a la presidencia con algunos apoyos y muchas abstenciones a su investidura. Pero anticipar que jamás investirá a Arrimadas es un error innecesario que igual luego tendrá que desmentir y que le puede pasar factura.