La exaltación de la palabra por parte de Pedro Sánchez en el del Foro La Toja indica un antes y un después en la historia de la oratoria occidental. Sánchez ha logrado el record de reiteraciones y el grado cero de la inexpresividad en un país en el que, partiendo de la prolijidad discursiva de un “prima donna” como don Niceto Alcalá Zamora el registro de tonos de alta retórica política oratoria parecía interminable.

En otras latitudes, Kennedy contó con los mejores escritores de discursos, como “I like Ike” lo resumió todo o como Churchill y De Gaulle mantuvieron los ánimos de su nación, pero en estas horas de compenetración entre lenguaje analógico y el digital, la incapacidad de Pedro Sánchez para las síntesis tiene algo de capacidad ilimitada para no decir nada y creerse que uno es capaz de decirlo todo.

Si en las intervenciones de Macron se percibe un intento banalmente cartesiano de dar lecciones al Pentágono y a Pekín sobre cómo arreglar el mundo, Sánchez modestamente abusa de la prolijidad de un gobernador de una provincia del imperio otomano visitando villorios limítrofes. Efectivamente, dadme una mala prosa y por lo menos haré una mala política. Y eso con lo que cunden el corte y pega, junto al diccionario de citas, en manos de un redactor de discursos ducho en el prosaísmo de partido. Como promesa de un porvenir perfecto, hilvanar siglas internacionales y estadísticas globales va dando cobertura soñolienta --ah, esas cabezadas de La Toja bajo mascarilla azul celeste-- a un relato opuesto por completo a la ampulosidad bíblica de Castellar y a los dardos acerados de Azaña. Entre uno y otro, dos repúblicas parlamentarias nos contemplan. Fotocopias de informes internacionales favorables a Sánchez es lo que la Moncloa le pone en la carpeta para hipnotizar a los asiduos de La Toja.

Mientras, entre el ido Trump y la saliente “Mutti” Merkel, las olas de un nuevo mundo nos han llevado, desde la caligrafía postrumpiana a la sintaxis oratoria de ese Éric Zemmour puesto en el mundo para transformar la Academia Francesa en un Versalles abarrotado de chalecos amarillos. Con tanto modelo para escoger es incomprensible lo que cuesta resistir los plúmbeos flujos oratorios de Pedro Sánchez en la bella Toja. A saber si la fórmula más a mano serían esas pinceladas tipo Joe Biden, válidas para Kabul, las aguas de Taiwán, las verjas de Ceuta y el coche eléctrico.