La que hoy empieza será una semana intensa, crucial, decisiva, crítica... Hay adjetivos para todos los gustos, básicamente porque Cataluña se ha convertido en un hábitat incierto, un territorio complejo, donde todo es posible y en el que nadie sabe a ciencia cierta qué hacer ni qué pasará. Las cosas se suceden a velocidad de vértigo: entre la incapacidad de la clase política dominante y la incomparecencia de la sociedad civil, cualquier reacción individual o voluntad de contribuir a poner algo de orden se pierde en ese páramo.

Las escasas briznas de optimismo se llaman vacunas: afortunadamente, la pandemia parece remitir al ritmo de la vacunación; siempre que no nos pasemos de frenada y se dispare nuevamente a ritmo de botellón y festejos. “Una vacuna, un voto” podría ser el nuevo eslogan electoral. De eso se trata ahora: de saber si hay que votar de nuevo o no. Esto es lo que se dilucidará en estos días: saber si habrá pacto de Govern entre ERC, JxCat y CUP para seguir apuñalándose por las esquinas del poder, embozados tras la mascarilla, o si seremos convocados nuevamente a las urnas.

Sin embargo, cualquier predicción es gratuita, pura especulación: es como si las tres formaciones se tuviesen mutuamente agarradas por salva sea la parte, como el conocido chiste del dentista, proclamando "No nos haremos daño, ¿verdad?”. Probablemente el daño ya está hecho. Otra cosa es saber si será reparable esta situación de bloqueo y enquistamiento que no puede conducir más que a la melancolía y el desastre económico. A estas alturas, con una sociedad rota por sentimientos más que por creencias o convicciones políticas, confundir los deseos de mejora con la realidad tiene un punto de inutilidad insalvable.

En este ambiente de especulación, podemos contemplar incluso --¿por qué no?-- la posibilidad de que a Laura Borrás, presidenta del Parlament, se le cruce el cable y no proponga candidato alguno para la investidura de president. Habrá que estar atento para ver si inicia consultas en estos primeros días. El 26 se acaba el plazo y, “bajo su exclusiva responsabilidad”, al pasar el tiempo que marca la ley, las elecciones quedarán convocadas de forma automática. Y a esperar unos cuantos meses para estar más o menos igual que ahora. Las relaciones de amor-odio coexisten entre las dos formaciones independentistas e incluso dentro de ellas, sin que parezca que vayan a mejorar. La nueva campaña se polarizará en la búsqueda del culpable de lo ocurrido entre ERC y JxCat.

El mundo no espera, sigue caminando y el tiempo pasa. Salvo para algunos: los centenares de altos cargos que ahora ocupan la Administración de la Generalitat, aunque estén en funciones, continuarán durmiendo tranquilos hasta el otoño, cobrando una nómina que, guardada en el cajón, puede contemplarse de vez en cuando mientras se exclama “¡Botín robado al enemigo!”. Y algo parecido pueden pensar los diputados, aunque perciban el sueldo pelado, sin dietas ni desplazamientos a sitio alguno, porque no tendrán a dónde ir a hacer nada, salvo los integrantes de la Diputación Permanente.

Como opiniones hay para todos los gustos, más allá de lo que un puñado de gentes decida, hay quien cree que no debe haber nuevas elecciones y quien sí. Pere Aragonès afirmó que gobernará en solitario, Jordi Sánchez le ofreció unos diputados para que pudiera hacerlo, los comunes están a verlas venir porque se sienten ninguneados y no quieren saber nada de JxCat... Las encuestas del domingo concluían que, escaño arriba o abajo, todo será prácticamente igual. Ahora bien: ¿cómo reaccionará un electorado hastiado, sea del color que sea? No sabemos si los comicios se harán con las mismas o parecidas listas de candidatos, pero se celebrarían a mediados de julio, después de abonar la declaración de la renta, el IVA o el impuesto de sociedades, con muchos ciudadanos a la espera de ser vacunados aun, incertidumbre laboral, en plena canícula con mascarilla y diáspora estival, muchos en la playa, otros en su segunda residencia o simplemente en casa...

Cuesta creer que mejore la participación electoral: quien no votó el 14-F no tiene incentivo alguno para hacerlo ahora y, muchos de quienes lo hicieron, pueden abstenerse ahora animados por la decepción y sensación de fracaso. Faltarán estímulos para hacerlo; la frustración impregna todo. Para comprobarlo, basta con ver el pinchazo de la manifestación convocada ayer por la ANC para reclamar "Un Govern del 52% para independencia". O mirar las fachadas: cada vez hay menos esteladas y muchas de las que permanecen están descoloridas, no se renuevan. Los políticos presos están ya amortizados y el indulto... pues ya se verá, cuando proceda, suponiendo que procede.

Puestos a seguir especulando y siempre que se convoque sesión de investidura, por qué no pensar que Salvador Illa "haga un Manuel Valls" y respalde de alguna forma a Pere Aragonès. Aunque con la amargura de haber ganado sin que ello haya servido para nada, podría dejar la puerta abierta a un pacto futuro. Pedro Sánchez estaría eternamente agradecido a su candidato catalán, pensando que el apoyo a los republicanos en Barcelona le vendría de perlas en Madrid para mantener/se en el Gobierno. Eso se llamaba “agudizar las contradicciones internas”, aunque no del capital sino, en este caso, de la inexistente coalición del independentismo y a ver si revienta. Eso sí: a buen seguro que JxCat hará la vida imposible a ERC que al final puede sufrir de temblor de piernas ante la acusación de botifler. Después de todo, en su día firmaron un pacto para crear un cordón sanitario al PSC: jamás pactar con responsables del 155 y los políticos presos.