Glovo no deja de ser noticia. Esta semana, por haber mantenido el servicio de riders en pleno temporal, como señaló repetidamente Crónica Global. Parece que, incluso, la denuncia periodística llevó a una cierta paralización del servicio.

Resulta desconcertante ver a un repartidor pedaleando por la ciudad bajo la tormenta más violenta de las últimas décadas. Aún más si uno piensa que lo hace para una empresa cuyo valor de capitalización supera ya los mil millones de euros. Y el impacto resulta extraordinario al considerar el porqué del esfuerzo del ciclista: llevar comida, mayormente unas hamburguesas con patatas y kétchup, al domicilio de unos ciudadanos que, cabe suponer, estarán cómodamente sentados frente a la pantalla viendo una serie. A ellos querría referirme en estas líneas.

El gran reto de nuestros días es gobernar la globalización económica y conducir la revolución tecnológica para que, así, la mayor riqueza alcance a todos. Las empresas de reparto a domicilio, o transporte de personas, soportadas tanto en la innovación tecnológica como en un modelo laboral de enorme precariedad, a menudo indigno, constituyen un paradigma de lo contrario: cómo globalización y tecnología concentran la riqueza en unos pocos y deterioran las expectativas de muchos.

Para recomponer el desastre se necesita actuar en una doble dirección. De una parte, con una buena regulación de la actividad económica. Un marco normativo que estimule el espíritu empresarial y que, a su vez, atienda al interés general, tal como sucedió durante las mejores décadas de la historia europea reciente. Nada señala que la revolución tecnológica sea incompatible con la dignidad laboral de los empleados.

Pero, también, resulta fundamental el activismo y compromiso cívico de la ciudadanía. Sencillamente, no se entiende que cuando la sociedad expresa su profundo malestar por las fracturas de nuestros días, por la precarización del empleo y la falta de confianza en el futuro, por la desaparición de ese tejido de comercio cercano y humano, se entregue, alegremente y sin el menor cuestionamiento, a las nuevas plataformas digitales.

Entre quienes recurrieron a Glovo durante los días de borrasca, y los que no pudieron hacerlo porque diversas plataformas cancelaron el servicio, seguro que habrá muchos que abrazan alternativas políticas radicales, en uno u otro sentido, con la esperanza de conocer una sociedad mejor, si son jóvenes, o de recuperar la que conocieron, si son ya adultos. Mientras, no les duele abrir la puerta de su domicilio a un repartidor que ha recorrido unos quilómetros en bicicleta, bajo la peor de las tormentas, para traerle sus hamburguesas. Y si el repartidor no les resulta amable, en la aplicación instalada en su móvil valorarán el servicio como negativo. Necedad 3.0.