Pensamiento

Una salida por elevación

17 septiembre, 2013 10:41

Tras la Diada nos hemos vuelto a sumergir en un clima de incertidumbre, incluso se extiende la sensación de que todo se puede acelerar. Resulta sorprendente porque, pocos días antes, Artur Mas había rebajado muchísimo la presión con el doble anuncio de que no pensaba materializar una consulta sin el permiso del Estado y de que tampoco tenía intención de convocar elecciones en 2014. Su deseo, expresado ya en otras dos ocasiones, parecía ser el de agotar la legislatura lo máximo posible, con o sin consulta.

Sin embargo, el desbordamiento popular de la vistosa cadena independentista ha sido interpretado por la agitprop soberanista como la encarnación del "mandato del pueblo" para resolver sin excesivas dilaciones la deseada secesión. Y este clima presiona hoy fuertemente sobre Mas sobre la siguiente ecuación: cuanto mayor sea la exigencia de celebrar la consulta el año que viene, cuanto más se teatralice su convocatoria, con pregunta y fecha, tal como han anunciado destacados dirigentes de CDC y miembros del Gobierno autonómico, con más fuerza reaparecerá el escenario de un adelanto electoral como respuesta a la no-consulta, como exige ya ERC. Unas elecciones a las que querrán darle un carácter plebiscitario para proceder, en caso de mayoría absoluta independentista, a una declaración unilateral, y esperar entonces alguna suerte de mediación europea. Pese a su estrategia inicial de ganar tiempo y negociar, Mas parece estar hoy fatalmente encadenado a esta ecuación.

Si alguna posibilidad real tiene la secesión de materializarse es que se produzca cuanto antes el llamado "choque de legitimidades", que creen tener al alcance de la mano en una consulta

Ahora se ve con claridad por qué razón realizó las citadas declaraciones pocos días antes de la Diada, que dejaron desconcertado al independentismo rampante. Con esas palabras, Mas intentó salir del atolladero en el que se había metido por su pacto con ERC al fijar una fecha para la consulta, pero el éxito de la Via Catalana, al que contribuyeron eficazmente durante meses los medios de comunicación que le son afines, le ha quitado margen de maniobra.

En este punto tienen razón los independentistas. Si alguna posibilidad real tiene la secesión de materializarse es que se produzca cuanto antes el llamado "choque de legitimidades", que creen tener al alcance de la mano en una consulta o en unas elecciones anticipadas. Dilatar el proceso hasta 2016 introduce el riesgo de que cunda un cierto cansancio y de que el argumento de la crisis desaparezca. Lo sabe bien Carme Forcadell, presidenta de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), que acabó su mitin de la Diada gritando: "No a 2016, queremos votar ahora". Dejar atrás el encantamiento que produce el tricentenario puede ser letal para el independentismo. Visto así, la pregunta salta a la vista, ¿desea realmente Artur Mas la secesión o ha jugado todo el rato con ella, acercándose pero sin querer aterrizar, porque sabe de sus gravísimas consecuencias económicas y de desestabilización general en el corto plazo? En realidad, nunca se refiere a ella directamente sino que prefiere eufemismos como Estado propio. Tampoco su programa electoral de hace un año era realmente independentista. Ahora bien, desde entonces mucha gente en CDC ha dado el paso y hoy la gran mayoría de sus dirigentes y cuadros desean fervientemente la secesión hasta el punto que han acabado haciendo suyas las tesis de ERC.

Sobre la carta de Rajoy se puede decir que es hábil. Nadie le puede acusar esta vez de haber dado un portazo. Su principal virtud es que esquiva la cuestión central, la consulta. El tono de la misiva sirve para abrir el diálogo, pero es una respuesta que deja entrever la ausencia de una estrategia de fondo. Pretender ignorar que estamos ante una gravísima crisis de Estado es un disparate. Ante una situación así toca acordar con el principal partido de la oposición la abertura del proceso de reforma constitucional, tan necesario desde otros muchos puntos de vista, y ofrecerlo en paralelo al resto de fuerzas. El envite secesionista solo se puede resolver -encarrilar o diluir- por elevación, no por reducción o negación. Ya no hay apaño posible. Mas no puede renunciar a una consulta de secesión a cambio de mejoras en el autogobierno, y Rajoy no puede transigir con una consulta sin aceptar que la Constitución de 1978 ha saltado por los aires.

Los próximos meses, hasta Navidad, van a ser claves. La presión de ERC y de la poderosa ANC será muy fuerte para que en 2014 se vote de alguna forma. Solo si Mas se mantiene firme en su calendario y el Gobierno de Rajoy acepta pronto la trascendencia de la crisis de Estado abierta en Cataluña, se puede encontrar una vía de acuerdo y reforma dentro de la ley que evite un posible accidente insurreccional. La carta de la reforma constitucional tendría dos virtudes inmediatas: fracturaría el bloque soberanista, pues UDC, ICV y un sector de CDC serían probablemente favorables, y nos daría tiempo, ayudándonos a afrontar con sosiego y racionalidad los efectos nocivos de 2014.