La trashumancia se define como un tipo de pastoreo en continuo movimiento adaptándose en el espacio a la actividad cambiante. Siempre buscan dónde están los pastos para el ganado y las temperaturas más suaves. Se van trasladando a sus diferentes bases fijas, y siempre vuelven a su base de origen. Pero, no les hablo del ganado trashumante, ni de sus pastores, sino de los feriantes.

Hay unas 30.000 familias que viven de las ferias, que nos alegran los momentos de fiesta vecinal con un sinfín de atracciones. Desde los autos de choque, por donde todas las generaciones han pasado y convivido con los porrazos, hasta la tómbola, donde siempre toca sino es un pito es una pelota, pasando por los chiringuitos de la destreza, en los que intentamos tener una puntería que no siempre responde a la percepción que tenemos de nosotros mismos, o la noria, y todo tipo de atracciones semejantes que ponen al estómago de vecino de las orejas.

La pandemia del coronavirus ha destrozado el sector. Las fiestas mayores han sido aplazadas, cuando no anuladas. Las que están por venir penden de un hilo, y muchas poblaciones ya han colgado el cartel de cancelación. En abril empezaba la trashumancia. Empezaban las fiestas y los feriantes se aprestaban a empezar a recorrer kilómetros y kilómetros para alegrar esos días en los que en pueblos y ciudades se vive en la calle.

El 13 de marzo, como plaga bíblica la sociedad se paró. Las fiestas, las ferias y los saraos se suspendieron. La Feria de Abril en Barcelona fue de las primeras en caer. Luego Sevilla, las Fallas, los San Fermines y decenas y decenas de fiestas por toda la geografía nacional colgaron el cartel de “suspendido”, y en el mejor de los casos “aplazado”, aunque todos sabemos que ya no será lo mismo.

Por si fuera poco, muchos feriantes no estaban dados de alta en el régimen de autónomos. Lo suelen hacer cuando hay trabajo, desde abril a octubre, y algunos valientes hasta diciembre. La pandemia los dejó totalmente al pairo. No solo no han podido trabajar, sino que muchos no tienen derecho ni a una mínima prestación. Avisaron hace un mes y pidieron ayuda. Nadie ha movido un dedo.

Ahora miran el futuro con pesimismo, pero sin perder la esperanza. Hacen sus cuentas y julio, agosto y septiembre son buenos meses. Muchas localidades celebran sus días grandes. Todavía hay margen si el "puto” virus da un respiro. Si el estado de alarma decae a finales de junio y no hay un rebrote, los feriantes podrán volver a la calle a dar un balón de oxígeno de ocio para pequeños y mayores, y todas las gamas intermedias, que después del confinamiento buena falta nos hace. Para todas las administraciones son invisibles y, lo peor, para los ayuntamientos “no son del pueblo”. Son los últimos trashumantes. Nadie se ha acordado de ellos. Es como si no existieran y eso que los vemos al menos una vez al año. Están ahí siempre. Año tras año. Son 30.000 familias que como buenos trashumantes aparecen y desaparecen.