Ni el Pentágono ni la Casa Blanca pudieron convencer a la demócrata Nancy Pelosi de que no viajase a Taiwán porque la prioridad es la guerra de Ucrania y, por lo tanto, no lo es turbar la pasividad táctica de China. Ya se sabe que gestionar situaciones tan complejas no está al alcance de todos, y menos de la tan pugnaz y megalómana speaker de la Cámara de Representantes. Es una de las más viejas lecciones de política internacional: si has escogido un enemigo, no siempre puedes escoger a tus amigos. Para Occidente, lo que importa es que cese de una u otra manera la guerra de Ucrania, antes de un invierno del descontento.

Pero Nancy Pelosi, no haciendo caso de las advertencias de su líder, Joe Biden, se lanzó en paracaídas sobre Taipéi. A saber los equilibrios que tuvo que hacer la diplomacia estadounidense para que China se abstuviera de tomar ventaja para reclamar una vez más Taiwán, la provincia perdida al otro lado del Estrecho y que –mejor no olvidarlo—, a pesar de todo, es su primer socio comercial y proveedor de semiconductores. Para Taiwán, el comportamiento del régimen chino en Hong Kong es una grave advertencia porque en lo que fuera Formosa ya se pasó en su día del autoritarismo a las libertades, mientras que Pekín se rige por un poder híbrido post-totalitario, sin división de poderes.

Ucrania: ¿guerra larga o corta? El circuito expedito para los buques con trigo ucraniano ¿es un tanteo para una tregua o alto el fuego? Parece que nadie lo sabe. Si hay que tener en cuenta a los clásicos, Clausewitz diferenció dos tipos de conflicto armado: de una parte, en ocasiones hay que esperar a la batalla final para saber quién gana mientras que, en otras circunstancias, se dan guerras en las que para el balance final lo que cuenta es la suma de batallas ganadas y batallas perdidas. Esa distinción puede ser útil para Ucrania porque, al menos por ahora, parece ser un conflicto del segundo tipo. Entonces la suma final, sin una batalla concluyente, puede dejar margen para que los contendientes lleguen a alguna forma de convenio o negociación.

En cambio, si todo depende de quién gana la última batalla, el vencedor impone sus condiciones al vencido, según Clausewitz. De ser así, el vencedor tiene la ocasión de ser magnánimo, ese aire increíblemente reparador que envuelve La rendición de Breda, más allá de la tierra ensangrentada. Aun así, ahora el menos malo de los escenarios posibles es una tregua que debiera ser logro diligente de la Unión Europea si no se quiere que Erdogan tenga el premio Nobel de la Paz.