Arranca ya la campaña turística que debe ser clave en la recuperación del sector en Cataluña. Un soplo de esperanza, especialmente, para la hostelería, que viene impulsada por la velocidad de crucero alcanzada en el proceso de vacunación, así como por la inminente entrada en vigor del pasaporte Covid, prevista para el próximo 1 de julio.

El turismo, o mejor dicho, el principal sector de la economía catalana, aporta en total más del 11% del PIB de nuestra economía. Según detalla el último estudio del Grupo de Expertos para la Reactivación de la Economia Catalana (Gerec), el empleo que genera se sitúa en torno al 13%.

Sin embargo, la pandemia ha evidenciado la importancia de este sector, muchas veces defenestrado y puesto en duda por determinados círculos en Cataluña. De hecho, en los últimos comicios municipales, el turismo estuvo en el centro del eje del debate y de la agenda política. Una razón por la cual se consolidaron modelos y posiciones completamente antagónicas sobre la gestión del sector entre las diferentes formaciones políticas. Posturas muy diferentes que todavía hoy son tangibles, por ejemplo, en el conflicto por la ampliación del Aeropuerto de El Prat.

Como todo en la vida, es evidente que el turismo genera externalidades negativas que muchas veces se ven agravadas por la turismofobia y que tan solo se minimizarán con la colaboración entre el sector público y el privado. No obstante, es innegable la contribución del turismo en la generación de riqueza y, sobre todo, en el progreso económico de Cataluña y de Barcelona. Le pese a quien le pese.

Aunque la realidad de Barcelona es que se trata de un caso muy singular porque es la marca que posiciona internacionalmente Cataluña desde hace dos décadas. La gran urbe se ha convertido en un referente que ofrece prestigio y del que se beneficia toda la autonomía. Con una oferta que va más allá del turismo, Barcelona es hoy una de las ciudades más reconocidas del mundo, que compite en la misma liga que Londres, Berlín, París, Nueva York, Roma, Tel Aviv o Ámsterdam.

En definitiva, la marca Barcelona junto con otras marcas ya consolidadas como Sitges, Costa Brava, Costa Daurada, o Lleida Pirineus sitúan a Cataluña como uno de los principales destinos turísticos del mundo. En este sentido, Barcelona ocupa el tercer lugar en el ránquing de ciudades europeas preferidas para una startup, el cuarto como ciudad del mundo más atractiva para trabajar en el extranjero y la novena área urbana del mundo receptora de proyectos de inversión extranjera.

Además, cuenta con la tercera y la quinta mejor escuela de negocios del mundo, y ocupa la primera posición como ciudad líder de organización de congresos internacionales y número de participantes. Es la cuarta ciudad global más preparada para el futuro tecnológico. A todo ello, el Prat se consolidó en 2019 como el séptimo aeropuerto de Europa en número de pasajeros.

Según datos del Idescat, ese mismo año visitaron Cataluña más de 44 millones de turistas, de éstos, un 43,41% fueron internacionales, que representaron un 83,84% del gasto turístico. Una situación muy diferente a la media de países de la OCDE donde el gasto realizado por los propios residentes es del 75%. Así las cosas, vemos con cierta preocupación cómo el gasto medio realizado por los turistas que residen en España, y que escogen Cataluña como destino vacacional, ha disminuido de forma paulatina en los últimos años. Mientras que en 2017 el turista nacional representaba el 17,51% de total, en el 2019 fue el 16,22%.

Y es que a la espera de la recuperación del turismo extranjero, toca potenciarnos entre el público doméstico. Pero el Ejecutivo de Aragonès no parece estar por la labor. Mientras vemos como Madrid, Andalucía, Comunidad Valenciana, Baleares, Euskadi, y muchas otras impulsan bonos turísticos para incentivar el turismo nacional, aquí seguimos perdiendo fuelle. Algo que debería preocuparnos y mucho.

Y es que las dudas que genera el propio Govern en torno a decisiones estratégicas como la ampliación del aeropuerto del Prat o la continuidad de la Fórmula 1 en el Ciruit de Montmeló no ayudan, en absoluto, al posicionamiento de Cataluña como plaza turística competitiva.

Afirmar que estos años de frenética actividad política a raíz del procès han influido en las decisiones de los turistas españoles para evitar las visitas a Cataluña, sería, por mi parte, temerario, aunque el Govern debería reflexionar sobre estos datos. El sector turístico debe afrontar, a corto plazo, la salida de la crisis generada por la pandemia de la mejor manera posible, con la ayuda y compromiso de las Administraciones Públicas en las estrategias de apoyo a los destinos y a las empresas, pero sin olvidar los retos estratégicos a los que, a medio plazo, se enfrenta el sector.

Según la OCDE en su informe de tendencias y políticas de turismo (OCDE, 2020) son la sostenibilidad y la digitalización las dos dimensiones fundamentales. Dos puntos por los que se evidencia la necesidad de impulsar una nueva Ley de Turismo en Cataluña capaz de dar carpetazo a la actual, vigente desde el año 2002. Para ello, será necesario mucho diálogo y consensos con el sector. Esperemos que el Govern esté a la altura. De ser así, encontrará en el Grupo Parlamentario Socialista-Units per Avançar un aliado. Sin embargo, con unos socios anticapitalistas de la CUP, las predicciones no son para nada halagüeñas.