Este es el eslogan elegido para la campaña de otoño del independentismo. Una idea-fuerza que debe sustentar un plan de marketing que recupere las fuerzas y dé una apariencia de unidad a un movimiento que a estas alturas se ha convertido en un todos contra todos. No se puede negar que las ideas que emanan de Waterloo siempre son peculiares, extrañas, y aún estando ostensiblemente fuera de la realidad, siempre terminan por seducir a la militancia más entregada. Esta vez han hecho una apuesta de riesgo: un oxímoron. Porque en la misma afirmación hay una clara contradicción, casi imposibilidad de que los términos coexistan en una misma frase. Un tsunami es una tormenta que lo arrasa todo a su paso, justo lo contrario de la esencia de lo democrático, que significa convivencia, acuerdo, respeto, estructuras sólidas... Uno niega lo otro. Como ha explicado muy bien Antoni Puigverd en un artículo en La Vanguardia, los sabios de la comunicación independentista no podían elegir una metáfora más desacertada, peor, a no ser que sean víctimas de una pulsión suicida. Ciertamente, el procés ha actuado de manera muy destructiva en la sociedad y la política catalana. Tal vez, en lugar de profundizar en el desorden y la irracionalidad, sería el momento de arriar algunas velas y recuperar el sentido de las proporciones y, a poder ser, la cordura. Por lo que vemos en los últimos días con la defensa a ultranza de los violentos y la negación del Estado de derecho, no va a ser así.

Hay en el eslogan, pero, la reincidencia en el uso y apropiación del término "democracia". Una estrategia ésta que ya viene de lejos, intentando confrontar lo que llaman movimiento democrático frente a un Estado teóricamente autoritario, represor, "franquista". Votar, poner las urnas, referéndum como expresiones de una voluntad democrática, frente a una negación que se asimila a la falta de libertad. No se explica que la concepción de la democracia que adopta el movimiento independentista es bastante particular y más bien restringida. Se apuesta por una "democracia directa" que permite el abuso en los planteamientos emocionales, mientras se restringe el papel de la democracia representativa. La democracia sólo entendida como el voto refrendario y no como un conjunto de instituciones, unos valores y una cultura que hacen posible el funcionamiento de la sociedad como ámbito de convivencia de puntos de vista e intereses bastante diferentes. Una visión de la democracia, la del independentismo, que niega la legitimidad --casi nada-- de uno de los pilares fundamentales de todo sistema, como es el poder judicial. Se cuestionan las actuaciones, se hace burla de sus miembros, no se aceptan las sentencias, se da por hecho que no se hará caso a las resoluciones e, incluso, se afirma que se redundará en lo que ha sido tipificado como delito. Cuando la que es, al menos teóricamente, la máxima autoridad del país abona y practica la desobediencia, significa que hacia alguna distopía extraña nos han abocado.

No es precisamente casual que tanto el debilitamiento de los poderes judiciales, por no tener la legitimidad de ser electos, como el apropiarse del término "democracia", dándole un contenido particular y restringido, resulta bastante generalizado entre los numerosos nacionalpopulismos que abundan a día de hoy en nuestro mundo. Trump, Salvini, Bolsonaro, Orban o Le Pen cuestionan las judicaturas respectivas, porque no quieren normas ni límites al ejercicio del poder. Sobre todo no aceptan la posible existencia de poderes independientes que se controlen y se contrapongan. Las nonatas leyes de transitoriedad que debían iniciar el camino de la República Catalana dejaban claro que la "nueva" judicatura catalana dependería directamente del poder ejecutivo. Ejemplar. En cuanto a la apropiación y vaciado del término "democracia", lo hacen todos los populismos, incluso ya lo hicieron en su tiempo unos regímenes comunistas que, si algo no les definía, justamente, era su "democracia". Es lo que los teóricos llaman un "significante vacío", que genera adhesión por sí mismo, al que se le puede dar un contenido preciso y que, además, permite obtener adscripciones y vínculos más allá del propio campo de juego. ¿Quién puede estar contra algo que se presenta como democrático? Como escribió hace meses el periodista Guillem Martínez, el procés no es más que lenguaje. Quizás, le añadiría, un uso fraudulento de las emociones.