“Basta de distopías. Volvamos a imaginar un futuro mejor”. Ese es el mensaje que nos ha hecho llegar el Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030. Me atrevo a asegurar que son pocos, muy pocos, los españoles que saben qué significa distopía; menos aún los que, entendiendo su significado, se sienten preocupados por una “ficticia sociedad futura, que acabará causando la alienación humana”. Pues bien, el ministerio de Ione Belarra se ha gastado 350.000 euros en esa campaña. Concretamente, para decirnos que todo irá bien. Que confiemos en la utopía y en este Gobierno. El buenismo de los “hacedores del bien que hace bien”, de la nueva izquierda que abunda en Europa, está  derivando en puro “bobismo”. 

A la vuelta del verano, la ministra de Igualdad, Irene Montero, salió ante las cámaras para justificar la tramitación por la vía de urgencia del proyecto de Ley LGTBI, así como de la reforma de la Ley del Aborto. Dijo Montero que la proliferación de discursos de odio y la LGTBIfobia justifican las prisas. Se refería a Vox.  En realidad, creo que lo único que explica esta necesidad de acelerar trámites --y reducir debates-- es su ansiedad preelectoral.

Muchas feministas clásicas, que llevan décadas luchando por los derechos de la mujer, creen que una norma de esta envergadura merece calma y reflexión. No se puede perder lo conseguido en la lucha por la igualdad. El ministerio de Montero maneja un presupuesto más elevado que nunca, 525 millones de euros. Dinero no le falta para mejorar la situación, pero debería priorizar sus objetivos y reducir costes en propaganda.

Quieren hacernos creer que, gracias a la nueva izquierda, España gozará  “de la libertad sexual que sus habitantes merecen”. Menos lobos, caperucitas. Tengo 64 años, viví la Transición y creo que todo puede/debe mejorar, pero llevamos décadas siendo un país moderno, libre y avanzado. Esos coloridos carteles en los que se celebra el orgullo de “todos, todas, todes” no acabarán con la violencia machista, racial o LGTBI. 

El exceso y la imposición solo genera un mayor rebote. Médicos expertos que no son de Vox ni de derechas arrugan el ceño ante algunos aspectos de la Ley Trans. Asusta la inclusión del “derecho al cambio de sexo en el registro sin informe médico ni psicológico a partir de los 12 años, y de forma autónoma (sin el permiso de los padres ni informes) desde los 16”. Ningún país europeo acepta la autodeterminación del género a esa temprana edad. Se diría que el Ministerio de Igualdad piensa que los niños españoles están bajo su tutela y no bajo la paternal.  

Tras el largo período de las sociedades del bienestar en la segunda mitad del siglo XX, Europa ha cambiado. También los temas a tratar, las preocupaciones. Los Estados, con altas deudas y déficits, se ven abocados a extraños pactos para gobernar con alguna estabilidad. El ecologismo, el animalismo o las cuestiones de género son hoy importantes. Al mismo tiempo, el nacionalismo de todo tipo crece y los ultras de derecha y de izquierda aumentan, mientras una desnortada socialdemocracia desaparece o se transforma en bienqueda. No estamos frente la distopía. Tampoco vivimos peor que nunca, como dicen los agoreros; hablen con sus abuelos, qué horarios, qué sueldos, qué jubilación tenían. 

La realidad es que vivimos un período de huída hacia adelante, de querer ganar elecciones y seguir ocupando cargos. Cunde el miedo a perderlos. Se cuelgan cientos de carteles por las calles hablando de todo lo que por nosotros ha hecho el municipio, la autonomía o el Gobierno. Barcelona, algunos días, parece la Cuba de Fidel, sacando pecho hasta del cambio de contenedores de basura.

Ningún grupo ecologista ha salido a condenar a las dos jóvenes animalistas que lanzaron pintura sobre Los Girasoles de Van Gogh. Y la mayoría piensa que se puede ser ecologista sin hacer estupideces, manteniendo la viejas-buenas costumbres. Los alemanes, por ejemplo, cobran unos céntimos por cada envase de cristal o plástico que devuelven. Eso mismo hacíamos en mi infancia española, pero desapareció por interés de alguno.

Hace décadas que la correción política invadió hasta a Blancanieves y los siete enanitos (ahora "personitas de talla bajita"), después se instaló el buenismo, pero ya hemos dado un paso más. Ha nacido ese "bobismo" que impregna muchas capas de la sociedad y de las Administraciónes, generando pérdida de credibilidad en los políticos y en la democracia. Más de un politólogo lo ha señalado como causa de la profunda crisis en que se encuentra la socialdemocracia. 

La exageración, el postureo y la falta de objetivos firmes --para no incomodar a un posible votante-- rodean nuestra vida cotidiana. En los grandes supermercados de Barcelona ya te ofrecen hasta cinco tipos de bolsas para llevar tu compra: repostables, biodegradables, oxodegradables, de papel, de tela…Una señora mayor, que me precedía ayer en la cola, estuvo unos minutos mirándolas. Al final, suspiró: “Anda, guapa, dame una normal, que ni la cabeza ni la pensión me llegan”.