Con la soberbia y la arrogancia de siempre hasta el último minuto, Federico Trillo se ha ido por el escándalo del Yak-42 con una comparecencia de dos minutos en la embajada española en Londres en la que no citó el motivo de su abandono ni la palabra dimisión y no aceptó preguntas de los periodistas. Por supuesto, ni admitió ningún error ni mostró arrepentimiento alguno ni pidió perdón, ese comportamiento que, según su amado William Shakespeare, ”es dos veces bendito porque bendice al que lo da y al que lo recibe”.

Lo único sustancial que dijo Trillo en su despedida, que presentó como una petición de acelerar un relevo ya solicitado hace tiempo, fue que se iba “para no entorpecer la acción del Gobierno”, una frase que es otra muestra de su arrogancia. Trillo es de esas personas que rezuman desprecio por la comisura de sus labios, atacan con saña a sus adversarios y son incapaces de aceptar ningún error propio. Ni siquiera cuando gritó “¡viva Honduras!” en una visita oficial a El Salvador.

Hay que recordar cómo se ensañaba con Baltasar Garzón porque había compartido una cacería con el ministro de Justicia del PSOE Mariano Fernández Bermejo, como si ese simple acto descalificara al magistrado, que entonces instruía el caso Gürtel, para juzgar al Partido Popular. En su otra faceta, despreció a los familiares de las víctimas del accidente del Yak-42 --62 militares muertos, 30 cadáveres mal identificados-- como nadie lo había hecho. No solo no los recibió nunca en el ministerio, sino que se les acusó de perseguir con sus protestas un aumento de las indemnizaciones y se les llegó a echar en cara que sus muertos se avergonzarían de ellos si vivieran.

La misma actitud ha mantenido desde que se hizo público el informe del Consejo de Estado que responsabiliza por unanimidad al Ministerio de Defensa de Trillo de no haber velado por la seguridad de los militares al no hacer caso de los riesgos que corrían en los viajes con aviones que no reunían las condiciones necesarias. Su reacción más destacada fue afirmar que el informe había sido publicado de forma sesgada.

Trillo despreció a los familiares de las víctimas del accidente del Yak-42 --62 militares muertos, 30 cadáveres mal identificados-- como nadie lo había hecho

Trillo, sin embargo, se ha convertido al final en una nueva víctima, esta vez justificada, de la conocida habilidad de Mariano Rajoy para deshacerse de quienes le plantean problemas. Esa habilidad incluye pasar en una semana sin inmutarse de decir que el caso hacía muchos años que estaba juzgado a respaldar a la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, en su nueva actitud hacia las víctimas y en su decisión de asumir íntegramente el informe del Consejo de Estado.

“Estoy de acuerdo en la posición que ha mantenido la ministra”, dijo Rajoy sin mover un músculo y sin necesidad de destituir a Trillo ni de dirigirse directamente a él. Actuó Cospedal, Rajoy la apoyó y Trillo solo tardó unas horas en renunciar. Pero, claro, es inconcebible que Cospedal variara la posición del ministerio sin el permiso previo de Rajoy.

Rajoy es un maestro en la capacidad de adaptarse al medio, eso que le reprochó el mismo día de la dimisión de Trillo su exministro Alberto Ruiz-Gallardón, ahora pilar de la Fundación FAES, que acusó a Rajoy y al PP, sin citarlos nunca, eso sí, de “sacrificar principios” para ganar votos. “Ha tenido miedo a la definición ideológica porque la indefinición permitía ampliar la base social”, dijo Gallardón, un político que, sin embargo, sabe mucho de traicionar principios porque ha sido un ejemplo de aparentar una cosa y pensar otra.

Jaleado durante años como el más centrista de los políticos del PP, dejándose querer la izquierda más centrada, Gallardón engañó a mucha gente, pero nunca se distanció de José María Aznar, a quien regaló la candidatura de Ana Botella para la alcaldía de Madrid, ni de sus ideas profundamente conservadoras. Ahora ha vuelto donde solía, al lado de Aznar, porque no en vano su padre, José María Ruiz-Gallardón, monárquico y dirigente de Alianza Popular, siempre había dicho que su hijo era más de derechas que él.