Josep Lluis Trapero, mayor de los Mossos d’Esquadra durante los momentos claves del golpe de Estado separatista catalán de 2017, ha sido absuelto. La decisión de la Audiencia Nacional no ha sido unánime. La presidenta del tribunal, la magistrada Concepción Espejel, ha emitido un voto particular que concluye que Trapero tendría que haber sido condenado por sedición, exactamente igual que la mayoría de consellers de aquel indecente gobierno de la Generalitat. Así pues, todo parece indicar que la sentencia que conoceremos hoy no será firme, y de este modo, la Fiscalía podrá recurrir ante la Sala de Apelaciones de la Audiencia, y posteriormente ante el Tribunal Supremo. Aún hay mucha tela judicial que cortar.

La Fiscalía y muchos ciudadanos pensamos que es más que evidente que Trapero estaba en la pomada de un golpe de Estado que acabó proclamando una republiqueta catalana. El policía que le cantaba Paraules d’amor a su jefe Puigdemont en la mansión de la musa Rahola en Cadaqués estaba al tanto de todo. Es imposible que no fuera así en su posición privilegiada. La pasividad de su cuerpo policial ante el asedio a la Consejería de Economía y durante el butifarréndum ilegal del 1-O es de manual, como sostenía la Fiscalía. Trapero nunca tuvo deseo alguno de impedir la ilegalidad. Hizo todo lo que pudo para no incurrir formalmente en un delito de desobediencia mientras se ponía de perfil para no hacer cumplir las directrices del TSJC y del TC, que instaban a detener el ya sentenciado atropello a la legalidad vigente.

Dicho esto, también pienso que el independentismo ha convertido a Trapero en otro de sus muñecos rotos. Ha conseguido no gustar a nadie. Los políticos golpistas, desde su posición de poder, utilizaron para sus antidemocráticos fines al poco avispado policía. Lo encumbraron socialmente primero para luego mandarlo a la hoguera como a un viejo trozo de tela. Hoy tratan como a un villano a alguien que en su día encumbraron como el Harry el Sucio catalán. Ya se sabe, a veces la plebe descuartiza a los caudillos que no supieron llevarles a la victoria.  

Los mismos que vendían camisetas con su rostro lo mandaron al siempre cruel ostracismo cuando afirmó que sus antiguos jefes eran unos “irresponsables” y que “tenía un plan para detener a Puigdemont tras la declaración unilateral de independencia”. Señores, eso es el independentismo: o estás conmigo o estás contra mí. Jose, como le llama su familia, vendió su alma de santaco a un grupo iluminado de políticos supremacistas que siempre tuvieron claro que no era un dels nostres