Seremos más felices si convenimos que lo previsible, por sí mismo, no es noticia. Así, podremos pensar que, en realidad, estos días no pasó nada realmente relevante más allá del bodrio habitual en que estamos políticamente inmersos. Lo mismo que no sorprende el Brexit, ya no es noticia constatar que ERC y JxCat se tratan a dentelladas; después de todo, en su batalla, se trata de morder en el electorado del otro. Eso sí, dentro del bloque independentista porque, el resto, poco les importa: si los adversarios se quedan en casa el día de la votación, mejor que mejor para ellos. Si se reparten los papeles, movilizan a sus votantes potenciales y obtienen un buen resultado, los dos rivales podrían volver a ponerse de acuerdo, al margen quién de ellos gane. A fin de cuentas, lo que les importa es su suma final para “volver a hacerlo”. Es decir, pasar, lo que se dice pasar, no pasa nada nuevo.

Si acaso, admitamos cierto estupor ante el hecho de que Quim Torra anunciase que convocará elecciones cuando se aprueben los presupuestos: noticia relativa, puesto que no dijo cuándo. Lo hará cuando mande Carles Puigdemont para el momento que le convenga, enfrascado como está en decidir quien encabeza la lista de JxCat. Puede ser él mismo, aunque haga campaña en modo holograma: no le afectan las condiciones de inelegibilidad previstas en la LOREG. La duda es si continúa censado en Sant Julià de Ramis o lo está en Waterloo y consta en el Consulado español de Bruselas. La convocatoria de un mitin en Perpiñán el próximo 29 de febrero (si finalmente va y no da la espantada), no parece que sea para celebrar el aniversario de Pedro Sánchez. Tiene aromas electorales.

Impensable era también que el presidente del Parlament, fuera a inmolarse en defensa del acta de diputado del llamado President de la Generalitat. Después de todo, el Estatut de Cataluña (Artículo 55.3) dispone que “el Parlamento es inviolable”, no así sus integrantes que lo son exclusivamente “por los votos y opiniones que emitan en el ejercicio su cargo” (Artículo 57.1). Por si quedaban dudas sobre la escenificación de sus discrepancias con Quim Torra, el fin de semana se descolgaba Roger Torrent con unas afirmaciones memorables: “La legislatura se ha distinguido por un simbolismo estéril (…) Hemos abusado de retórica vacía (...) Será necesario que sepamos encontrar entendimiento”. ¿Entre quienes? Al menos sobre el escenario, los republicanos han reiterado su nula intención de llegar a pacto alguno con el PSC, entre otras cosas porque un acuerdo con ellos sería visto como apostasía por una parte considerable del independentismo.

Siempre puede haber quien piense que la guerra sin tregua ni cuartel entre independentistas puede acabar favoreciendo al bloque constitucionalista y pretender que cualquier tiempo pasado fue peor. Pero también podría suceder que, a fuerza de tensionar a un electorado, el resto se desmovilice, se instale en el pasotismo y volvamos al voto dual de tiempos del pujolismo: lo de aquí (Cataluña) no va con nosotros y nos quedamos con lo de allí (España). O por ausencia de una opción que responda a sus expectativas; o por decepción con las le resultaban más próximas. El problema es que, vistas así las cosas, tampoco sería descartable que el independentismo obtuviese más votos. Voluntad no falta para evitar que esta situación se consume y no dejan de ser loables los esfuerzos desde el “catalanismo político” por edificar algo que dé cobijo a los huérfanos políticos. Pero una alternativa y, menos aún, un partido no se construye a base de buenas intenciones. Requiere un esfuerzo ímprobo: recorrer barrio a barrio y pueblo a pueblo para asentar una militancia que no se logra con declaraciones indulgentes. Por ahora, más parecen los seis personajes de Luigi Pirandello en busca de un autor (Units, Lliga, Lliures, Portes Obertes, Treva i Pau, Poblet…). A ver si encuentran al líder/autor.

Es igualmente aceptable contemplar la hipótesis de que la reunión entre los presidentes catalán y español dure escasos minutos, justo el tiempo que le dé al primero para reclamar autodeterminación y amnistía, dejando al segundo en la tesitura de tener que rechazarlo. Salvo que quiera entrar en la dinámica de admitir que el problema es la pena impuesta a los presos políticos, mucho más que el delito imputado. Lo difícil es entender para qué se ven Torra y Sánchez. Puesto que uno ha dado la legislatura por finiquitada, quizá el otro quiera hablar del finiquito. Tras el vodevil vivido la pasada semana, parece claro que Quim Torra desea reventar los pactos ERC-PSOE y Pedro Sánchez, instalado en el “donde dije digo, digo Diego”, se siente en la obligación de cumplirlos si quiere aprobar los Presupuestos del Estado y tragar con el encuentro y la convocatoria de la mesa de Gobiernos. El comunicado de Moncloa era taxativo, lamentando que se hubiera puesto en entredicho su voluntad de diálogo y su compromiso de acatar los acuerdos.

Es tal el tedio y las ganas de que algo cambie que, de un tiempo a esta parte, a ERC se le podría apodar “La Pragmática”. Nada que ver con aquel derecho propio de la Edad Media: la Pragmática Sanción, por el que los monarcas podían hacer lo que les venía en gana. Algo podría tener que ver con la lingüística y la comunicación, pero más bien parece tratarse de adjetivar un comportamiento donde prevalecen los aspectos prácticos de la acción política, por encima de la ideología. En definitiva, una vía para ampliar la base electoral del independentismo. Una vez admitido pulpo como animal de compañía, quien quiera, que lo compre.