El pacto entre ERC y Pedro Sánchez funciona a las mil maravillas para los republicanos y para el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Los republicanos mantienen a Sánchez en la Moncloa y los socialistas españoles ofrecen a ERC los éxitos suficientes para que su credibilidad no decaiga más de lo necesario y así aumentar su ventaja respecto de Junts per Catalunya. La urgencia de la reconciliación entre catalanes divididos por el desastre del otoño de 2017 queda para más adelante; de momento, la mesa de negociación solo ha dado para la desinflamación de los problemas judiciales de los dirigentes soberanistas; para el resto, paciencia.

La amnistía reclamada un millón de veces por ERC como imprescindible para seguir hablando con el Gobierno español se convirtió primero en una “desjudicialización que tenga los efectos de una amnistía” y ha resultado siendo un traje a medida para que Oriol Junqueras pueda volver a ser candidato cuanto antes mejor. La desaparición del delito de sedición y la modificación de los tipos de la malversación (de lo que también se beneficiará el grupo de dirigentes del procés sentenciados, si el TS quiere) es la culminación de la maniobra. Para el resto de viejos compañeros de viaje de ERC se les reserva la dura ley, el delito de desórdenes públicos agravados que es todo lo más que se puede esperar que protagonice, hoy por hoy, el dividido movimiento independentista.

De ser el propósito de Pedro Sánchez azuzar el enfrentamiento entre independentistas para adormecerlos por unas décadas, no lo podría hacer mejor; pero este no es el objetivo declarado solemnemente por el presidente del Gobierno al aceptar la creación de la mesa de diálogo. El plan de Sánchez es el reencuentro institucional y la reconciliación entre las dos Cataluñas y en este sentido no parece que se haya progresado demasiado, salvo por la concesión de los indultos que dio un empujón a la normalidad, pero no a la reconciliación. Junqueras se lo recuerda permanentemente al PSC desde su púlpito.

ERC está dispuesta a pagar en términos de estabilidad gubernamental para el supuesto “Estado opresor”. Sin embargo, todavía no ha pronunciado una frase de disculpa a los millones de catalanes agraviados por su aventurismo adolescente y por la manipulación de las instituciones históricas catalanas, seguramente porque sus dirigentes están convencidos de que los únicos que sufrieron por aquel desastre fueron ellos.

Aprobado el traje a medida para Junqueras por el sucedáneo de la amnistía, ERC ha emitido ya el siguiente mantra a desnaturalizar: el referéndum. Hace meses que Salvador Illa y el propio Pedro Sánchez señalaron el final del diálogo asumible por el ordenamiento constitucional: una consulta sobre los acuerdos de la mesa de negociación, que naturalmente no negarán la Constitución. Habrá que ver cómo se opera en el discurso de los republicanos la transformación del ineludible ejercicio de la autodeterminación en una bonita consulta sobre el futuro del autogobierno o un referéndum estatutario. Ahí estarán Junts, CUP y ANC para denunciar el nuevo malabarismo.

Sánchez arriesga lo suyo para permanecer en la Moncloa, según se puede percibir por las reacciones del sector más tradicional del PSOE, que cree lo mismo que denuncia el PP. Pero es perfectamente comprensible y legítimo que lo haga, porque, en realidad, lo único que hace es favorecer las expectativas electorales de ERC. Seguramente, los republicanos hace tiempo que han llegado a la conclusión de tener más posibilidades con Oriol Junqueras que con Pere Aragonès para hacer frente a Salvador Illa. A pesar de los antecedentes de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, no parece que exista una disfunción de Sánchez con el PSC en esta ocasión.

Bien podría darse la circunstancia de que los socialistas catalanes hayan llegado a una conclusión diferente a la de los republicanos. A saber: para que Illa alcance la presidencia de la Generalitat, además de quedar primero en las autonómicas, debe darse una ruptura definitiva entre ERC y Junts que evite una suma independentista en el Parlament y, además, presentar los republicanos un candidato inaceptable para el electorado de Junts, evitando así el trasvase de votos entre las dos candidaturas, incluso ante la emergencia del PSC. Ningún candidato mejor que Junqueras para aislar a ERC del resto del movimiento independentista.