La reciente victoria de Giorgia Meloni ha sacudido nuevamente el alteradísimo mundo occidental. Pese a que, de manera sorprendente, algunas voces restan trascendencia al auge de la extrema derecha en Italia, resulta ya evidente que son cada vez más los ciudadanos europeos que se refugian en opciones políticas radicales. Todo ello da lugar a un intenso debate acerca de su porqué y de cómo salir del enorme atolladero en que nos vamos sumiendo.

La panoplia de interpretaciones y consideraciones es inacabable, con profundas divergencias entre unos y otros. Desde los conservadores, abundan las lecturas que defienden la globalización en su formulación actual, centrando las críticas en el papel excesivo de los Estados, la exagerada protección al ciudadano y el populismo oportunista de la izquierda. Ante todo ello,  pretenden recuperar valores tradicionales perdidos, como su singular concepción de la meritocracia y el esfuerzo, recetando rebajas generalizadas de impuestos y liberalización del mercado laboral, convencidos de que ello generará empleo, aunque sea de muy baja calidad.

Por su parte, los progresistas sitúan el origen de los males en las ideas que subyacen tras una globalización desaforada que alimenta la fractura social y favorece unas desigualdades económicas insostenibles; denuncian una interesada legislación económica y una distorsionada e insuficiente fiscalidad. Así, defienden mayores ingresos públicos con que financiar todo tipo de ayudas orientadas a los colectivos más desfavorecidos, prestando una especial atención al desarrollo de viejos y nuevos derechos y libertades.

Sin embargo, el enorme embrollo político y social sólo tiene una salida: trabajo digno. Es decir, un puesto de trabajo estable y remunerado de manera suficiente, de forma que se favorezca el arraigo, desde el que socializarse y dibujarse un futuro. Ni trabajo precario, ni ayudas sociales, ni lecturas interesadas del esfuerzo. Trabajo digno. Parece sencillo, pero no lo es. Entre otras razones porque para conseguirlo, en este mundo abierto y desregulado, se requeriría que conservadores y progresistas se pusieran de acuerdo. Casi nada.