La imagen de Roger Torrent sujetándose las manos bajo la mesa para evitar el aplauso al Rey ha generado impresiones encontradas; algunos han sentido compasión hacia el político solo, otros han manifestado su apoyo ante el gesto de rechazo a la figura del monarca.

La solidez del Estado español, pese a su mediocre clase dirigente central y periférica, se constata en este tipo de actos. Es posible que, de seguir así el pulso entre los golpistas y los gobernantes, el respeto hacia Felipe VI se mantenga fuerte y mayoritario, y no caiga tan bajo como desean soberanistas y podemitas con su respectivos postureos republicanistas. El secuestro de El Jueves en 2007 por una portada burlándose de los por entonces príncipes, la reciente condena al rapero Valtònyc o el juicio abierto a Pablo Hasél por sus alabanzas a organizaciones terroristas y por sus mensajes contra la Familia Real, etc. son ejemplos de que en lo tocante a la Corona sí se aplica la ley sin miramiento alguno. Todo tiene un límite, y el Poder Judicial no parece estar dispuesto a que se injurie una y otra vez a la Jefatura del Estado, por muy simbólica que ésta sea, o precisamente por lo simbólica que es.

Cuesta, pues, imaginar que a Felipe VI le pueda suceder lo mismo que a Amadeo I antes de su abdicación. Fue en las páginas del diario La Época a fines de 1872 donde se advirtió de las nefastas consecuencias que podía tener el escaso respeto que se mostraba a un rey, que había sido elegido por las Cortes después del golpe de 1868 que destronó a Isabel II. La gente no le llamaban ni rey ni majestad, sino simplemente Amadeo: "Y es gran fortuna --continuaba el diario-- no llamarse Manuel, como su señor padre, pues entonces parécenos indudable que se habría de conocer por Manolo". Unos meses más tarde se proclamó la breve I República Española.

El bochornoso espectáculo que ofrecieron Torrent y Colau con el Rey en el MWC es la consecuencia de la errática, sectaria y compulsiva política que practican

La actitud de Torrent y su compañera Colau durante la inauguración y la cena del MWC no se ha entendido --incluso entre muchos republicanos-- como un ataque al Rey, sino como el gesto de unos maleducados. El bochornoso espectáculo que ofrecieron es la consecuencia de la errática, sectaria y compulsiva política que practican. ¿El principal problema de los catalanes es la Jefatura del Estado y su discurso del 3-O? ¿Es el encarcelamiento de unos políticos presuntos delincuentes?

Ni fueron héroes ni siquiera estuvieron solos ante el peligro, Torrent y Colau fueron la viva representación de dos aspirantes que aún no han entendido que los Estados son el resultado de una poliédrica y negociada convergencia entre poderes políticos y económicos. Ni Pujol ni Mas-Colell ni Jordi Borja han dejado a los discípulos bien preparados para ejercer de gobernantes. El viejo timonel nacionalista cometió otro gran error, el mismo que Franco: creer que todo lo dejaba atado y bien atado. La soledad de Torrent simboliza mejor que nunca ese fracaso.

Además, el gesto del presidente del Parlamento ha puesto en evidencia su ignorancia sobre cómo se ejerce la política. No ha entendido, por ejemplo, que el disimulo del poder tiene un valor positivo. Fue Maquiavelo quien afirmó que el disimulo era una condición imprescindible para mandar. El gobernante ha de soportar una situación no deseada, o porque busca un bien mayor que justifica ese disimulo, o porque ha de esperar a que se tengan los medios necesarios para cambiar dicha situación. Felipe VI fue el mejor ejemplo. Y el solitario Torrent todavía no parece haberse enterado.