El espectáculo del 1-O ha vuelto a confirmar lo que muchos vienen repitiendo: el sentido común ha abandonado la política. Escuchar a Torra, el president demediado, no tiene precio. Es cierto que no toda la protesta separatista se ha expresado del mismo modo. Aunque sociológicamente parezca un alzamiento nacional interclasista, muchos de sus gestos y movimientos muestran severas e insuperables contradicciones. El movimiento es tan poliédrico como vidrioso, hay grupúsculos para todos los gustos. Veamos algunos de ellos.

Un grupo matutino se ha nutrido de los clásicos cumbayás. Son adolescentes católicos y bien vestidos, sardanistas y excursionistas que se suelen acompañar de algún instrumento musical a lo Llach y que muestran una sonrisa a lo monalisa, tan desesperante para padres, madres y profesorado. Su buena cuna no les impide practicar cortes, sentadas y demás gestos con el fin de liberarse colectiva y generacionalmente, la nación oprimida es una excusa interiorizada. Son tan antifranquistas como los consejeros Aragonès o Borràs, es decir, no tienen ni idea de que es una dictadura ni de lo bien que vivieron muchas de sus familias durante esa época. Y si lo saben, disimulan muy bien ser lo que son: los nietos pijos del franquismo.

Otro grupo tan matinal como vespertino está compuesto por estudiantes universitarios, angelitos tocados por el halo divino que devienen curso tras curso en apóstoles libertadores de la catalanidad y en repartidores del carné de facha, de cuya invención tienen el copyright. Los estudiantes siempre han coqueteado con la violencia y el totalitarismo nacional, fuera a fines de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo XX o durante la segunda década del XXI. Ahora, muchos de aquellos nutren el profesorado en sus distintos niveles, algunos ya jubilados, por lo que se han incorporado al siguiente grupo.

Los nocturnos se nutren de aficionados al cirio, a la antorcha y es, posible, que también al cilicio. Algunos evocan aquellas protestas contra la dictadura, en las que ni estuvieron ni se les esperó. Hay cierta insistencia en algunos opinadores en relacionar estos desfiles con las exhibiciones nazis. Es mucho forzar la comparación. No hay que buscar tan lejos, el nacionalcatolicismo lo han mamado en dosis diarias desde la catequesis. En las procesiones de la Semana Santa catalana aún quedan vestigios de esos gestos nocturnos de expiación, herederos de los autos de fe de la Inquisición, de la que como bien sabemos el clero catalán siempre ha reivindicado su invención.

Muchos de los que alimentan estos grupos tienen el don de la ubicuidad, dicho de otro modo, son también miembros de los CDR. Nueva marca con la que llaman a los acólitos de la represión y del chivatazo, agentes parafascistas que actúan en manadas con escudos distintivos de su denominación de origen. Por orden de Puigdemont y de Torra se han desgajado de este movimiento los encaputxats, que vienen a ser el resultado evacuatorio del apretón escatológico del president demediado. Son torrats en el sentido que popularmente tiene este término y que aún recoge en su primera acepción el diccionario de la GEC y que, sin embargo, ha sido eliminada del pulcro repertorio del IEC. El torrat es un "guillat, tocat de l’ala, una mica forassenyat", es decir "fora de seny, emportat per la ira, la ràbia".

Los torrats son el resultado de una destilación perfecta del glorioso alzamiento nacional. Ellos como republicanistas también poseen la legitimidad que emana del mandato popular del 1-O, por eso han intentado asaltar el Parlament. La ira y la rabia que manifiestan por estar sometidos y ocupados por los españoles tiene su propia lógica, así al menos se lo han explicado desde su más tierna infancia. Pero el razonamiento que tanto les está enervando es si la república ya está declarada, ¿por qué no se admite que ya se está en la pantalla de la construcción?

Ante la violenta salida del armario del independentismo, Torra ha dado un paso para adelante y dos para atrás y vuelve a pedir un referéndum preconstitucional. ¿Alguien de los independentistas en el poder se atreve a llevar la contraria a los torrats? porque los Mossos ya han dicho que no. En fin, el problema que nunca ha sido de Cataluña con España sino entre catalanes, es ahora también un conflicto entre los mismos separatistas: entre los Torras y los torrats. Es asumible mientras no salpiquen, quizás quiso decir Ábalos. Y sobre el abandono de la otra mitad de catalanes, la consigna del Gobierno parece ser que es la misma que la de años atrás: todo sigue igual.