Por lo general hay presidentes buenos, regulares y malos pero la Generalitat lleva años con presidentes catastróficos cuyo distintivo máximo es incumplir la ley. Es posible que la inhabilitación de Torra permita, mientras dure el interregno pre-electoral, gestionar mínimamente las diligencias y asuntos corrientes de la Generalitat aunque no llegaría al grado de normal ejecución administrativa que tuvo vigencia durante la aplicación del 155. Las dos instituciones más esenciales de la Cataluña autónoma --la Generalitat y el Parlament-- llevan años de inercia, solo alterada para desafiar al Estado y perjudicar el PIB catalán, lo mismo que hace la alcaldía de Ada Colau en Barcelona.

cdrTorra ha sido el hombre del “apreteu, apreteu” para los CDR, el agente institucional del desorden público, el símbolo obtuso de la confrontación con la justicia y de la presidencia más inane salvo cuando se ha tratado de atacar la monarquía parlamentaria, tan representativa de Cataluña como de Galicia, Valencia o Mallorca. Lo más aparatoso e intranquilizador es que nadie sabe exactamente lo que desean los ciudadanos de Cataluña, acuciados por la pandemia y una crisis económica a fondo, y que eso no ha importado para nada a la clase política del independentismo, entregada a las luchas entre facciones, ya sea la maximalista, ya sea la no unilateralista. Y mientras tanto el constitucionalismo no articula estrategias no ya de poder: ni tan siquiera de oposición. Los presupuestos generales del sanchismo predeterminan al PSC. Es mucho suponer que las elecciones autonómicas de febrero vayan a esclarecer el panorama y reconstruir la ecuanimidad institucional.

En la Generalitat, la facción de Puigdemont lucha a brazo partido con ERC y en el Parlament se habla del sexo de los ángeles como en un concilio cismático. La incompetencia política del independentismo sobrepasa la paciencia de quienes ven alejarse la inversión extranjera, sin necesidad de ser asiduos del puente aéreo para verificar que --aunque afectadas por la crisis pandémica-- la ciudad y la comunidad de Madrid superan económicamente la Cataluña industriosa que fue un ejemplo de iniciativa privada. ¿Cómo prefijar un estado de alarma cuando alguien como Torra llega a presidir la Generalitat? ¿Cómo hacer normativo el “impeachment” autonómico? ¿Cómo pedir rectificaciones cuando el poder autonómico y el ayuntamiento de Barcelona merman la capacidad competitiva de las empresas de Cataluña?   

Quien ilusoriamente esperase una “happy hour” de la política catalana habrá tenido que conformarse con una presidencia de rebajas liderando una idea de Cataluña contra la otra. En lugar del pluralismo de todas las Cataluñas estamos ante una balcanización creciente, ante una política que parece inspirada por el modo de Beirut. La radicalización con que el independentismo ha agitado la cuestión lingüística va más allá de las formas elementales de convivencia. Ese es el balance presidencial de Quim Torra, ratafía aparte. Su Cataluña retrocede --en política, economía, en estabilidad y seguridad jurídica-- y solo algún sabio augur romano sabría inspeccionar las entrañas de Cataluña para saber cómo será pasado mañana.