Todo indica que el discurso del embajador español en Washington, Pedro Morenés, en respuesta a la intervención de Joaquim Torra, responde no a una iniciativa individual sino a la puesta en práctica de una nueva política del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las declaraciones de Josep Borrell afirmando que "plantaremos cara a las mentiras del procés" ratifican que estamos ante un cambio de política que dejará atrás el laissez faire-laissez passer marianista. El independentismo va a ser contestado en sus campañas de desprestigio y desinformación, al menos en el exterior. Una buena noticia.

No parece tan evidente que esto vaya a ocurrir en política interna. Los gestos y mensajes de Sánchez van dirigidos a "destensar" el ambiente. Reunión prevista con Torra, filtraciones sobre traslado de presos a cárceles catalanas o un posible indulto tras, en su caso, las sentencias condenatorias. Es lógico explorar vías de distensión siempre que, a la hora de la verdad, el presidente no olvide las reivindicaciones de los catalanes no secesionistas que, por otra parte, son las únicas que pueden revertir la hegemonía ideológica del nacionalismo a medio plazo.

Afrontar y tratar de solventar los problemas reales de los catalanes debe ser una política del Gobierno español. En cambio, hacer concesiones a los secesionistas y no tener en cuenta reivindicaciones de los no secesionistas como una escuela neutral, unos medios públicos que no actúen como hooligans radicales, que se acabe con el acoso de los CDR, o que se cumplan las sentencias y las leyes, sólo servirá para reforzar el independentismo a la espera de "una ventana de oportunidad", en palabras de dirigentes secesionistas. Si el independentismo te dice --y lo hace día tras día-- que espera tu momento de debilidad para volver a las andadas, lo lógico es no sólo no reforzarlo sino tratar de debilitarlo al máximo. Sin lealtad, una supuesta relajación de la tensión será sólo un paréntesis corto.

La reacción de Torra al discurso de Morenés visualiza, además del cambio de política del Ministerio de Exteriores, el fondo antidemocrático de muchos dirigentes secesionistas que no soportan la crítica y pretenden que la palabra, como la calle y los silbidos, sean sólo suyos. Que muchos catalanes que no creen que seamos una raza distinta y superior a la del resto de españoles apuesten por la independencia --los que lo creen entiendo que lo hagan-- se explica por cuarenta años de propaganda y desinformación unilateral que les ha hecho creer que esa alternativa es lo mejor para su prosperidad. Romper esa dinámica es esencial para tener opciones de revertir la hegemonía ideológica del nacionalismo en Cataluña. De ahí la violenta reacción de Torra, y del nacionalismo en general, a cualquiera que ponga al descubierto sus mentiras. Por eso se debe seguir por este camino, pero no solo en el exterior. También en el debate político interno. El objetivo final no debe ser aislar el independentismo, privarle de tener eco internacional, sino revertir su hegemonía y desalojarlo del poder democráticamente.