Cataluña es un país sin Gobierno, hace años que su obsesión identitaria ha anulado su capacidad de gestión, una gran parte de sus ciudadanos se sienten abandonados. La Administración es inoperante, los servicios públicos se deterioran, especialmente los vinculados a la salud pública y al sistema educativo, el gasto social decae paulatinamente siendo uno de los más bajos de las comunidades autónomas.
La gestión sanitaria frente al Covid-19 ha sido manifiestamente mejorable. Aprovechar la pesadilla del coronavirus para activar la confrontación con el gobierno de España es una actitud suicida, que no solo no ayuda a hacer frente a la pandemia, sino que contribuye aún más al deterioro de la situación. Justificar la inacción de la Generalitat en la centralización del decreto de alarma es una simplificación que solo hace evidente su incompetencia. La Generalitat tiene desde hace 40 años todas las competencias en salud pública y no ha sido capaz de articular una estructura operativa eficaz para hacer frente a una emergencia sanitaria. La descoordinación y la ineficacia han caracterizado la gestión del Govern durante esta crisis.
El Govern de Catalunya, por puro sectarismo ideológico, es incapaz de entender la necesidad de potenciar una institución como el AMB que se revela como instrumento necesario para poder combatir las consecuencias sociales y económicas del Covid-19. Barcelona necesita un sistema de gobernanza capaz de planificar y gestionar la realidad de su territorio metropolitano. Una realidad compleja y plural que exige de una gobernanza flexible al servicio de los ciudadanos a través de una administración más cercana e inclusiva. La regulación de la desescalada ignorando la realidad de Barcelona, supone no solo el reconocimiento de la incompetencia del Govern de la Generalitat sino que raya en el ridículo. Trocear el AMB es una “estrategia” sanitaria absurda que solo puede responder a criterios políticos de un Govern incapaz de entender el "rol" del AMB. Aldeanismo identitario pujolista frente a la Barcelona cosmopolita y metropolitana.
Nissan es la mala noticia de la semana, que no solo afecta gravemente a un tejido industrial catalán que se debilita año a año, sino que además supone la pérdida de miles de puestos de trabajo. Sería una simplificación oportunista descargar sobre las espaldas del Govern toda la responsabilidad del desastre, sin duda la estrategia de la multinacional cada vez más condicionado por el protagonismo de Renault es la principal responsable.
Sin embargo, quizás sea el momento de reflexionar sobre la triste realidad de una Cataluña carente de estrategia industrial y sin proyecto de futuro en el campo de la innovación tecnológica. El non-nato Pacto Nacional para Industria (2017-2020) es sencillamente una tomadura de pelo en la que han participado la administración y las organizaciones empresariales y sindicales, incapaces de denunciar con energía su incumplimiento por temor a ser acusados de desafección patriótica. La política industrial del Govern se ha limitado a la cultura “pujolista” de la subvención a las empresas “amigas” a través de una red clientelar con ciertos tintes mafiosos. A la ausencia endémica de políticas industriales, habría que añadir la paulatina caída de las inversiones en innovación desde el 2012 y la existencia de un modelo educativo muy ideologizado e intervencionista dedicado a formar buenos "patriotas", pero que presenta serios déficits en materias como las matemáticas y las ciencias, que permitirían facilitar la integración de los alumnos catalanes en el sistema ciencia-tecnología.
Como anécdotas a incorporar al triste desenlace de Nissan-Motor Ibérica, habría que incluir el viaje “clandestino” de la consejera Chacón al país del “sol naciente”, donde fue incapaz de encontrar interlocución alguna, así como las estrambóticas e irresponsables declaraciones de una concejal del Ayuntamiento de Barcelona, llamando de forma frívola a aprovechar la pandemia para proceder a la “reconversión” del sector de la automoción en Cataluña.
El actual Govern de Cataluña es un factor de riesgo para sus ciudadanos, incrementado por la incertidumbre generada por la lucha fratricida entre las distintas facciones secesionistas por el reparto del poder. Ante la inviabilidad de la quimera secesionista en un mundo sacudido por la pandemia del Covid-19, surge el fantasma de la frustración del mundo secesionista que puede ser muy difícil de gobernar. Una Cataluña cada vez más lejos del sueño "húmedo" de la secesión y cada vez más cerca de la quiebra.